En democracia, el partido que no está en el poder tiene el deber de hacer oposición. Y hacer oposición consiste en proponer medidas para una alternativa política, pero también en articular una opinión pública que le permita alcanzar el poder. El centro derecha español suele ser bastante bueno en lo primero. Por algo es heredero de una larga tradición de funcionarios, servidores del Estado y personas con experiencia en el manejo y la gestión de la cosa pública. Lo segundo se le da bastante peor, tal vez porque requiere apelar no sólo a la racionalidad del votante, sino a los sentimientos y a los principios.
De ahí el interés de una propuesta de "rebelión fiscal" como la que Esperanza Aguirre ha sugerido y el PP nacional ha apoyado, aunque no la haya hecho suya en todo el territorio español.
Que toda crisis es una ajuste, lo empezamos a tener claro casi todos, menos los socialistas, el Gobierno central y las organizaciones sociales que dependen de él. Así que como no va a haber un recorte de gastos serio por parte del Gobierno, el peso del ajuste recae sobre el sector privado. Primero, porque el sector privado está pagando los excesos que él mismo cometió en años anteriores y, segundo, porque tendrá que pagar los que ha cometido y sigue cometiendo el Gobierno, o mejor dicho los gobiernos, porque en España, por eso de los muchos derechos de que gozamos, tenemos varios gobiernos para gestionarlos en nuestro nombre y para nosotros.
La subida del IVA no responde por tanto a una política de racionalización del gasto público, sino a la necesidad que tiene el Gobierno de seguir gastando. No sólo vamos a paliar con nuestro esfuerzo el derroche pasado y el actual. También vamos a contribuir para que en el futuro el Gobierno nos atenace aún más de lo que ya lo hace y contribuya aún más a las dificultades para salir de la crisis.
Desde esta perspectiva, la "rebelión fiscal" preconizada por Esperanza Aguirre no servirá de gran cosa, pero habrá ayudado a esclarecer la posición del partido de la oposición ante una cuestión inadmisible, como es la de que los contribuyentes sufraguen con su esfuerzo su propia ruina. Una dosis de populismo no siempre viene mal, al contrario.