Entre la opinión pública de los países democráticos se ha extendido la preocupación por las acciones del Estado Islámico, antes EIIL, en la zona que controla, extendida entre Siria e Irak. Bajo el mando del califa Abu Baker al Bagdadi, el EI ha ordenado la conversión inmediata o la expulsión de todos los infieles (es decir, de los chiitas y los cristianos, porque judíos hace tiempo que ya no quedan en la región) y la mutilación genital de las niñas, y está procediendo a la destrucción sistemática (y al pillaje) de los monumentos y los restos arqueológicos de la zona, la más venerable, la más importante de la historia de la humanidad.
Sin embargo, el EI no hace nada que no se supiera que iba a hacer un grupo como éste. Una de las ventajas del fundamentalismo islamista es que especifica, sin dejar el menor resquicio a la ambigüedad, sus intenciones. El EI sigue un programa que cualquiera, cualquiera que haya querido enterarse, conoce desde hace años.
Y no sólo existe el programa. También existen precedentes. Los hay históricos, como la conquista del norte de África, de España y de Sicilia en el siglo VIII, sobre los cuales existen testimonios que dicen lo mismo que está ocurriendo ahora en Siria y en Irak. Y los hay de los que hemos sido, y somos aún hoy, testigos. Recuerden el régimen de los talibanes en Afganistán, hasta que las democracias liberales decidieron intervenir. Otro ejemplo es Gaza.
La Franja de Gaza es un territorio con una población palestina bajo el gobierno de una organización también palestina, Hamás, que ganó unas elecciones en 2006. Hamás tiene la particularidad de ser también una organización terrorista con un brazo armado destinado no a imponer el orden sino a sembrar el terror en su vecino Israel.
Hay más todavía. Gaza puede ser considerada, además, el objeto de un experimento. En esta perspectiva, Hamás no sólo desempeña el papel de gobernante. Ha hecho algo más: poner en marcha una utopía islamista en la que, además de crear las condiciones de una vida respetuosa con el islam fundamentalista que profesa, se han generado también las condiciones para que buena parte de la población, 1.800.000 personas, esté dispuesta a participar en su objetivo último, que es la destrucción de Israel y la aniquilación o la expulsión de sus ciudadanos.
La Carta Fundacional de Hamás, de agosto de 1988, deja bien clara la ideología racista, antisemita y terrorista de la organización.
El artículo 6 especifica su islamismo radical:
El Movimiento de Resistencia Islámica es un distinguido movimiento palestino, que entrega su lealtad a Alá, y cuyo modo de vida es el islam. Lucha por alzar el estandarte de Alá sobre cada pulgada de Palestina.
El artículo 7 aclara el antisemitismo, en este caso un antisemitismo clásico de origen islámico:
El Movimiento de Resistencia Islámica aspira a la realización de la promesa de Alá, en tanto tiempo como haga falta. El Profeta, que Alá le bendiga y le dé la salvación, ha dicho: "El Día del Juicio no llegará hasta que los musulmanes combatan contra los judíos, cuando el judío se esconderá detrás de piedras y árboles. Las piedras y los árboles dirán: Oh musulmanes, oh Abdulá, hay un judío detrás de mí, ven a matarlo. Sólo el árbol gharkad no lo hará, porque es uno de los árboles de los judíos".
El artículo 8 especifica con claridad difícil de superar los objetivos de Hamás:
Alá es su meta, el Profeta es su modelo, el Corán su constitución: la Yihad es su senda, y la muerte por Alá es su más alto anhelo. [Véase también el artículo 9, que preconiza la restauración del islam y el "establecimiento del Estado del Islam"].
El 13 permite entender las bases de la guerra preconizada por Hamás:
Las iniciativas, y las llamadas soluciones pacíficas y conferencias internacionales, están en contradicción con los principios del Movimiento de Resistencia Islámica (…) No hay solución para la cuestión palestina si no es a través de la Yihad.
El 32 define la estrategia panislámica de Hamás contra el sionismo.
Nada de todo esto son declaraciones de gente delirante. La Carta Fundacional define un programa serio, con unos objetivos y una estrategia meditados. Hamás los ha puesto en marcha en la Franja de Gaza, que se rige, en última instancia, por este documento. Si se tiene en cuenta la existencia previa de esta ideología y de estos objetivos, entenderemos lo que ocurre allí: la enseñanza sistemática del odio a Israel, la estrategia del terrorismo suicida, la represión sistemática de cualquier forma de libertad de expresión, la represión de cualquier forma de vida ajena al islamismo –por ejemplo, la homosexualidad–, la utilización de la ayuda internacional para construir una ciudad subterránea en la que, protegidos por la población civil al servicio de la yihad, se concentren los cuadros de la organización, sus militantes y las armas destinadas a acabar con Israel. Y la guerra declarada a Israel, aun sabiendo que no existe la menor posibilidad de ganarla. El conjunto de la Franja de Gaza, la población entera, está sometido a este experimento.
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Como todas las utopías, esta desaparecerá sin solución de continuidad, sin dejar nada aprovechable, pero habiendo causado entre tanto todo el daño posible, en particular a los que han tenido que vivir con ella.
En el caso de Hamás, esta guerra con Israel puede significar el final de la organización. Está aislada internacionalmente, con el único apoyo serio de Qatar. Geográficamente, Hamás no puede salir de la zona ni importar nada. No tiene forma de renovar su arsenal (anda en negociaciones con Corea del Norte), y la operación del Ejército israelí dañará para bastante tiempo su capacidad de sembrar el terror. Israel tiene la oportunidad de formar parte de una coalición (con Egipto y Arabia Saudí) para desmilitarizar Gaza. Y Mahmud Abás tiene la posibilidad de llegar a ser el líder del conjunto de los palestinos y negociar un acuerdo generoso para la población de Gaza.
Claro que todo eso requiere abandonar la utopía islamista, algo que Hamás no hará nunca. Tampoco parece dispuesta a hacerlo una parte de la opinión pública occidental, que se empeña en mantener vivos sus sueños alternativos a costa de lo que sea, incluido el sufrimiento de centenares de miles de personas atrapadas en el delirio de una banda terrorista.
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