Vengo de leer en bucle el mensaje que Raquel, la educadora de Ripoll que había tratado con algunos de los terroristas, ha publicado en Facebook. En especial este párrafo, en que la autora ha puesto su mejor afán:
Erais tan jóvenes, tan llenos de vida, teníais toda una vida por delante ... y mil sueños por cumplir. [...] Ya no podré volver a decir "qué guapos estáis", o "¿ya tienes novia?". O "madre mía, cómo has crecido". No podré ver a vuestros hijos, como veo los de los demás. No os podré abrazar... Me duele tanto. No me lo puedo terminar de creer.
Increíble, en efecto, porque estas palabras, que corresponden a la fraseología de la consternación, se emplean aquí para llorar a los asesinos, enaltecidos en virtud de "un sentimiento tan fuerte [que] no es racional". Inaudito, asimismo, es el intento de la educadora de dar con lo que, en su perturbado discernimiento, deben de ser los verdaderos culpables, tentativa que parece aletear en la mención de esa "otra cara de la moneda, la que no sale en los periódicos", y que acaso se funda en la necesidad deontológica de iluminar el mundo con un prurito de simetría.
En su angustiada búsqueda, no obstante, no logra dar con ninguna traza del maléfico, enajenador sistema. Al contrario, los muchachos ("¿Cómo puede ser, Younes...?") pertenecían a familias de clase media-baja, habían cursado estudios, habían disfrutado de clases gratuitas de refuerzo, y algunos de ellos habían aprendido un oficio y se habían empleado en la industria local. Todo ello, al abrigo de un Estado cuya más afable encarnación fue, precisamente, Raquel, quien en lugar de interrogarse a sí misma, someter siquiera a examen su siniestra candidez, prefiere interrogar a la providencia, confundida con un nosotros en que se aprecian las hechuras de la siempre coactiva sociedad.
Piloto, maestro, médico, colaborador de una ONG. ¿Cómo se ha podido esfumar esto? ¿Qué os ha pasado? ¿En qué momento...? ¡Qué estamos haciendo para que pasen estas cosas!
El resultado de tan alucinante operación es que los terroristas acaban convertidos en víctimas y quienes sufrimos su acometida criminal, en culpables, acaso merecedores, digámoslo en la jerga de Raquel, de un período de reclusión en el rincón de pensar.