Con ser grotesco el número protagonizado por los parlamentarios del PSC, más lo fue el de Carme Chacón, que optó por ausentarse de la votación, rehuyendo así el mandato de aquellos ciudadanos que tuvieron a bien apoyarla. Sí, ya sé que al Congreso no concurren listas abiertas, pero dado que Chacón encabezó la suya, se me permitirá la licencia. El voto favorable le habría costado la reprobación del PSOE y el voto contrario, la del PSC: así, se inclinó por despreciar a los votantes, cuyas espaldas pueden con casi todo. O lo que es lo mismo: ante la disyuntiva de actuar como una diputada española o como una protodiputada catalana, se pidió el papel de tuitstar. Por si fuera poco, y gracias al enjuague a que se presta gran parte de los medios, su ausencia en la votación es presentada como un ofrenda cuasi sacrificial, como si en su desánimo de gallipavos aleteara, inconsútil, el brote germinal del socialismo nuevo. ¿Habrá que recordar que ya Sandro Rosell, ese estratega, promovió una acción social contra Laporta con la sola finalidad de exhibir, inmaculada, su abstención?
El gimoteo melodramático de Chacón no ha de hacernos perder de vista lo que la impulsó a actuar de ese modo, esto es, los problemas de conciencia. Por lo general, la objeción de conciencia se asocia a la quiebra moral que supone, por ejemplo, el uso de las armas, o algunas prácticas médicas. Uno objeta a imposiciones jurídicas como cumplir el servicio militar obligatorio, practicar abortos o forzar la alimentación a un paciente en huelga de hambre. Desde ayer, también España es susceptible de objeción, ya que en esa esfera, la de la renuencia privada (al cabo, un estremecimiento burgués), ha situado Chacón el debate sobre la organización del Estado. En consonancia, claro está, con la escuela de pensamiento que propició su estrellato, y cuyo principal doctor dejó dicho que el concepto de nación española es "discutido y discutible". Si fa no fa, tan discutible como el concepto de crisis.
Sea como sea, la objeción de Carmen de Olula no puede ser sino objeción sobrevenida; ya saben, la que se produce después de haber jugado con fuego.