La reacción al ataque ultra a la librería Blanquerna por parte de la prensa y los políticos españoles no merece otro calificativo que el de ejemplar. No ya por la diligencia y unanimidad en las condenas, que también (aunque, para mi gusto, sobrasen algunos aspavientos), sino porque no hubo reproches a las víctimas. Nadie osó decir, por ejemplo, que la agresión había sido intolerable, pero que, claro, eso de celebrar la Diada en Madrid era una provocación, más si cabe con-la-que-está-cayendo. O que, en el fondo, tanto agresores como víctimas eran uno y lo mismo, esto es, extremistas adscritos, respectivamente, al bando nacionalista español y al bando nacionalista catalán.
En general, ya les digo, no puedo sino celebrar que a las condenas no siguiera la habitual alharaca adversativa. A diferencia, por cierto, de las decenas de agresiones que los promotores de Ciutadans sufrimos en Cataluña durante el proceso de gestación del partido, allá por 2006. Yo mismo, sin ir más lejos, tuve que salir del Centro Cultural de Martorell, donde había intervenido en una charla-coloquio junto con Félix Ovejero, protegido por la Guardia Civil. Era, no se me borrará de la cabeza, un 23 de febrero. Aquel año y el siguiente no hubo acto pro Ciutadans que no fuera boicoteado por un comité de bienvenida independentista. Este mismo diario publicó en febrero de 2008 un artículo que recoge algunas de las agresiones habidas en aquel periodo. Y no sólo contra los impulsores del nuevo partido; también contra el entonces presidente del PP catalán, Josep Piqué; contra Mariano Rajoy, entonces jefe de la oposición, o contra el presidente de Convivencia Cívica Catalana, Francisco Caja. La violencia intimidatoria que desplegaron los cachorros de Maulets dejó episodios ciertamente dantescos, como el sufrido por Arcadi Espada, Victoria Prego y José Quiroga, que se llevó los golpes, en el auditorio Narcís de Carreras, en Gerona, o el asalto y destrozo , el día de Sant Jordi de 2007, de un puesto de libros regentado por simpatizantes de Ciutadans. ¿Spray de pimienta, dice? No sé si de pimienta, pero a nosotros también nos rociaron, ¡vaya si nos rociaron!
Ni que decir tiene que, conforme al protocolo con que la prensa comarcal fue deglutiendo la violencia nacionalista, ninguno de aquellos agresores fue tenido por fascista. Eran extremistas, radicales, independentistas e incluso revoltosos, pero no fascistas. Eran sólo catalanes; algo díscolos, sí, pero catalanes, lo que, sin duda, contribuyó al hecho de que los mossos velaban por nuestra integridad (a regañadientes ellos y después de mucho pedirlo nosotros) no tuvieran el menor empacho en pactar el cese de hostilidades con los mozalbetes de turno. Pactar, sí, porque a cambio de desalojar el recinto, cualquiera que fuese, se les permitía irrumpir durante unos minutos en el auditorio, sala de actos o aula magna, lo que fuera que albergase el acto en cuestión, y cantar Els Segadors. ¿Se imaginan que la policía nacional hubiera llegado a Blanquerna a tiempo de detenerlos y, en lugar de proceder a ello, hubiera tolerado a los brutos entonar el Cara al Sol? ¿Acojonante, no? Pues eso, pero con Els Segadors como detente bala, ocurrió en Cataluña hace no mucho. Y, claro, cómo iban los Mossos a prohibir que los niños cantaran Els Segadors; de hecho, en qué cabeza cabe comparar Els Segadors con el Cara al Sol. Cómo va a uno a estar en contra, en suma, del derecho a decidir de aquellos improvisados orfeonistas.
Les hablaba al comienzo de la justeza con que la prensa española se había empleado al encarar los hechos de la librería Blanquerna. Así y todo, permítanme una objeción (¡alharaca adversativa!). Las piezas de apoyo en que se glosaba la actividad ultraderecha en España debieron versar sobre el único partido ultraderechista español que presenta signos reales de vitalidad, amén de 67 concejales (entre los que se cuentan dos concejales en Hospitalet de Llobregat, tres en Santa Coloma, Sant Boi y Mataró). Se llama Plataforma por Cataluña y, como su nombre indica, es tan genuinamente catalán como las sardanas, l’ou com balla o, como hace al caso, la longaniza de Vic.