El manifiesto que aboga por que el catalán sea la única lengua oficial en Cataluña se llama, en realidad, "por un verdadero proceso de normalización lingüística en la Cataluña independiente". De hecho, la palabra oficial o derivados sólo aparece en una ocasión, y es para negar que el catalán lo sea. Es verdad que se trata de una exigencia velada, y que a los autores se les entiende todo, pero llama la atención que empleen el circunloguio ("articular la lengua catalana como eje integrador", "una lengua nacional", etc.) en lugar de hablar a las claras. No ya porque lo mínimo que se ha de pedir a un manifiesto es que manifieste, sino porque los portavoces del grupo promotor (Koniec, se hacen llamar) van por ahí presumiendo de valientes. Y claro, va a ser que no. Si será grave lo que piden que ni se atreven a hacerlo.
El texto, eso sí, resulta esclarecedor; en particular, para hacerse una idea de cuál es el pensamiento de una parte del profesorado en Cataluña, muy especialmente el dedicado a la enseñanza del catalán. Si algo evidencia el documento, en fin, es que la filología catalana, antes que una disciplina académica, es una ideología tóxica, cuyos efluvios xenófobos son ya indisimulables.
Tanto es así que sólo una mente averiada establecería una simetría entre el llamado españolismo y este insaciable Batallón Sociolingüista. No hay más que plantearse qué sucedería si 300 profesores de castellano publicaran un manifiesto que reclamara la supresión de la oficialidad del catalán en nombre, qué sé yo, de la descontaminación lingüística. Y si, de resultas de esa petición, el Partido Popular o Ciudadanos reaccionaran diciendo que no están de acuerdo, pero que de todas maneras tendrán muy en cuenta la reflexión de los impulsores del texto, como han hecho dirigentes de Junts pel Sí.
Por lo demás, entre las reacciones al manifiesto han predominado las del tipo "No és això, companys", es decir, las de quienes, desde la órbita nacionalista, disienten de los firmantes por su exceso de celo, por no mostrar empatía con los castellanohablantes o por el peligro que supone para el (buen) nacionalismo invocar argumentos etnicistas. Ningún (buen) nacionalista, no obstante, ha osado decir lo esencial: que la petición de oficialidad única se levanta sobre una montaña de mentiras.