La atormentada relación de Podemos con la prensa burguesa (tan atormentada, por cierto, como la que mantiene Trump con sus élites irredentas) ha rendido episodios de lo más pintoresco, como el intento de Pablo Iglesias de ridiculizar al periodista deEl Mundo Álvaro Carvajal, del que dijo en una conferencia en la Complutense que tenía "aspecto de epistemólogo", o el comentario que mereció, también a Iglesias, una pregunta de la periodista de El Español Ana Romero: "Precioso abrigo de piel el que trae usted". Del primero pretendía subrayar el supuesto carácter fraudulento de sus titulares; de la segunda, una presunta desavenencia entre objetividad y desahogo. En ambos casos, el propósito era el mismo: enseñarles a hacer su trabajo.
Los desvelos pedagógicos del partido morado no se limitan a los ramalazos del secretario general, sino que están perfectamente insertos en su programa. Prueba de ello es la web que puso en marcha en 2015 el Ayuntamiento de Madrid, Versión Original, dedicada a matizar o desmentir noticias, o la propuesta con que tantas veces han amenazado los dirigentes de la formación, de regular la información a través de mecanismos de control público, con el argumento (Iglesias dixit) de que "la gestión de la información no puede depender únicamente de hombres de negocios". Se trata, por lo demás, de una cruzada omnímoda, como evidencia uno de los más célebres ritornelos de Íñigo Errejón: "Para la nueva voluntad colectiva en formación necesitamos una nueva cultura, nuevos símbolos, canciones, representaciones e historias". Baste recordar, por último, las amenazas de Juan Carlos Monedero a Juan Pedro Yllanes ("Ojito con lo que dices") para concluir que la bravata intimidatoria no es ajena al libro de estilo del podemismo.
Así y todo, a medida que iba leyendo la denuncia de la Asociación de la Prensa de Madrid, mi suspicacia iba in crescendo, pues no encontraba un solo elemento que justificara el revuelo. Y en cuanto a la necesidad de velar los hechos para no identificar a los denunciantes, no sabía si la APM me hablaba de niños de primaria o de periodistas hechos y derechos, sabedores de que la presión de los partidos y los gobiernos no sólo es legítima, sino consustancial al periodismo. Y de que en esos intentos (y en la capacidad para enfrentarlos; dícese, independencia) se cifra, precisamente, la pervivencia del oficio.