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José María Albert de Paco

El hombre que se ungió a sí mismo

Habría que recordarle, en todo caso, que el único destino al que podría volver así, a cuerpo, es a la Inspección de Hacienda de Valladolid.

El hombre que permitió que los nacionalistas catalanes aprobaran las sanciones lingüísticas, el que entregó a Pujol la cabeza de Alejo Vidal-Quadras, propiciando así el descarrilamiento del primer proyecto genuinamente antinacionalista en Cataluña; el que calificó a la banda terrorista ETA de Movimiento de Liberación Nacional Vasco, el que dijo que hablaba catalán en la intimidad (una afirmación harto dañina para el catalán, siquiera porque recuerda los tiempos en que, en efecto, el catalán había de hablarse en la intimidad, y de la que jamás se recuerda su principal defecto, cual es que no era verdad); el hombre que narcotizó a 103 inmigrantes y, al ser preguntado por ello, concluyó, parafraseando el Sr. Lobo, que había un problema y lo hemos solucionado; el hombre, en fin, que dejó esculpido que Pujol había sido uno de los grandes políticos de esta etapa constitucional, y que, de forma inexplicable, pasa por ser la bestia negra del nacionalismo catalán, ese hombre, cuya obra mejor terminada fue contar hasta ocho e irse, ha ido a una televisión a decir que podría volver.

Habría que recordarle, en todo caso, que el único destino al que podría volver así, a cuerpo, es a la Inspección de Hacienda de Valladolid, dado que residir en La Moncloa pasa inexorablemente por ser candidato a unas elecciones y, claro está, ganarlas. Parece de perogrullo, pero a Aznar nunca está de más recordarle que, antes que esa vacua neblina de la responsabilidad, la conciencia o la nación, está la ciudadanía, un actor que, en su discurso, siempre aparece empequeñecido, máxime al lado de su ego, del que sí parece estar en 2.000 diarias.

Sea como sea, y más allá de la pretensión de Aznar de influir en el Gobierno (o de dejarlo seco, según), sus declaraciones en televisión han puesto de manifiesto, una vez más, la flagrante inexistencia en nuestro país de una izquierda nacional, de una oposición que proyecte una idea de España no sólo razonable, sino también posible. Mientras eso no llega, el Gobierno no tendrá más oposición que la peor de las nostalgias, que es, como cantara Sabina, la de aquello que nunca jamás sucedió.

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