No me gustaría estar ahora mismo en la piel de Pablo Laso, el hombre al que todo el baloncesto europeo halagaba hace exactamente un año, cuando su imperial Real Madrid arrasaba por los pabellones de España y Europa, con un juego que no se veía en el viejo continente desde tiempos casi inmemoriales. La derrota ante el Maccabi en la final de la Euroliga en Milán desató un tsunami de acontecimientos en el seno del club blanco, que no esperaba tal desenlace y menos frente a un Maccabi que parecía llegar a la capital lombarda como convidado de piedra. A partir de ese momento, el equipo pareció resquebrajarse, en buena medida porque toda la temporada se había planificado pensando en alzar al fin la Euroliga, con lo que el rendimiento podía caer a partir de ahí, pero especialmente porque las sensaciones y la química del equipo comenzaron a irse en picado a partir de esa misma noche, llevando incluso a los blancos a caer ante el Barça en la final de la Liga Endesa. El mismo equipo al que habían destrozado en Milán apenas 48 horas antes de que el tsunami arrancase.
Aquella derrota escoció sobremanera en las altas esferas de Concha Espina, que perdieron la confianza en Laso, un hombre que encandilaba con su juego a todo el mundo pero al que le faltaba el título que obsesiona al Madrid: la Copa de Europa. Y así, se forzó la salida de sus fieles ayudantes, Jota Cuspinera y Hugo López, como medida de presión para el técnico, que se mantuvo en el cargo confiado en sus posibilidades, y rodeado de nuevos adláteres en el banquillo. Ayudantes de nivel y que ya han sido entre otras cosas, entrenadores principales de Unicaja y Baskonia, respectivamente: Chus Mateo y Zan Tabak. Casi nada al aparato para mantener tenso al vitoriano.
En la plantilla también se produjeron cambios seguro que no deseados por Laso. Principalmente la salida de Darden, hombre de su máxima confianza. Quizá en el club tampoco sentó bien que Niko Mirotic terminara de decidirse por marchar a Chicago tras el enfriamiento de su relación con el entrenador. El caso es que Maciulis, Campazzo, KC Rivers, o el mismo Nocioni, no parecían hombres que terminaran de hacer recuperar la ilusión del aficionado blanco, hasta que apareció en escena un Gustavo Ayón que parecía el pívot perfecto para jugar a toda velocidad. Y el Madrid volvió a comenzar la temporada como un trueno, pasando por encima del Barcelona en la Supercopa Endesa.
El arranque liguero no fue menos esperanzador, nuevamente con los blancos dominando, si bien con menos lucidez que el curso previo, desde una buena defensa, en la que Ayón limaba alguna de sus viejas carencias. No enamoraban como antaño, pero el Real Madrid seguía siendo un equipo de máxima solidez, aunque alguna victoria hubiera llegado casi sobre la bocina, como ante Montakit Fuenlabrada o Fiatc Joventut. La sensación de que Laso había cambiado de estrategia, hipotecando la brillantez del equipo en mor de una mayor fiabilidad en mayo, no hacía más que crecer.
Hasta que en estas, en el último mes, los problemas comenzaron a crecer, y el Real Madrid se ha ubicado en aguas pantanosas, desconocidas en los dos últimos años. Cayendo en casa ante Unics Kazan, un buen equipo pero lejos del nivel madrileño, en Euroliga, y de forma consecutiva ante Tuenti Móvil Estudiantes, dejándose remontar, y Bilbao Basket, siendo vapuleado y con malísimas sensaciones, en Liga Endesa.
Es la derrota en tierras vascas la que ha hecho saltar las alarmas. Por las sensaciones, horribles, del Madrid, que recibió el mayor repaso que le han dado desde que llegara Laso al banquillo. Por la evidencia de que la defensa era un agujero donde casi cualquiera podía colarse para anotar o coger un rebote ofensivo con escasa oposición. Y por las caras, tantas veces el espejo del alma, que marcan un equipo que ahora mismo parece descosido, y que tiene que viajar a Barcelona y Málaga (Unicaja es líder en solitario) de forma inminente, así como arrancar el Top 16, con todo el riesgo que ello conlleva.
También resultó muy llamativa la actitud del entrenador en los tiempos muertos en Miribilla, con el equipo haciendo aguas. Laso, hombre vehemente en no pocas ocasiones, y que, por ejemplo en Vitoria en las semifinales de la 2011/12 levantó a un equipo que se veía abocado a la eliminación con un broncazo, se mostraba anormalmente tranquilo, como si el marcador no importase. En los corros de tiempo muerto sólo hablaba de la siguiente jugada a efectuar o de la próxima defensa, olvidando factores motivacionales tan importantes cuando vienen mal dadas. Como si estuviera en plena pretemporada y el resultado no importase, vaya. Y esto sólo puede ser por dos situaciones, la primera, que Laso se ha xavipascualizado y da importancia relativa a los resultados a estas alturas (lo que sería una pésima noticia para los románticos, aclarémoslo), y la segunda es que está quemado por lo vivido y el vestuario roto o camino de ello, lo que sería una sentencia para su proyecto.
Sea como fuere, y ante la anormalidad de la situación, la vorágine de opinión y noticias no ha hecho más que empezar. En su blog de Eurosport, Ramón Trecet deja hoy caer que Laso será en febrero seleccionador nacional y que Sasha Djordjevic le sustituirá en el Real Madrid. La solución quizá sólo la tenga en sus manos Pablo Laso, reconduciendo a un equipo que era la envidia de toda Europa hace unos meses, y volviendo a ser el entrenador que un día nos hizo pensar que la catarsis del baloncesto europeo era posible. En caso contrario, si decide mantener su ideología de este año, está claro que elegirá un arma de doble filo, pues ahora mismo el equipo no llega a la grada como antaño y por tanto no existe la tabla de salvación del año pasado. Como dije al principio, no me gustaría estar en su pellejo, pero si quisiera pensar que va a ser valiente y volverá a arriesgar. Lo vivido el año pasado merece crédito, sin duda. Por parte de los que mandan hacia él, y por parte de él hacia el juego que hizo su equipo.