A menos de diez días para cumplir los veintisiete años, Dani Benítez ha puesto en jaque definitivamente su prometedora carrera futbolística. Su probable positivo por cocaína -aún no hay notificación oficial al respecto, aunque la actitud del Granada Club de Fútbol en las últimas horas deja bien a las claras que espera más pronto que tarde la confirmación oficial-, sería el varapalo definitivo a un futbolista muy venido a menos en las últimas temporadas, pero que llegó a estar en el punto de mira de varios de los grandes del fútbol nacional no hace tanto.
El jugador balear destacó desde muy joven. No en vano, fue internacional con la selección española en varias categorías. Su endiablada velocidad, su enorme golpeo de balón con una zurda prodigiosa, o su capacidad física para ocupar todo el costado izquierdo, destacando tanto en ataque como en defensa, ocultaban una vida que desde siempre fue un tanto desordenada. Tras pasar por el filial del Mallorca y varias cesiones en Pontevedra y Elche, el Udinese, consciente de que estábamos ante un diamante en bruto, llamó a sus puertas al finalizar la temporada 2008-09.
El desembarco del proyecto de Quique Pina en Granada permitió a Benítez debutar en el cuadro rojiblanco en 2ª División B, una categoría que ya le resultaba más que pequeña. Tan sobrado en la banda izquierda como díscolo fuera del campo, no le importaba mostrarse en Facebook en situaciones no muy aconsejables para un profesional. Fumando un cigarrillo, por ejemplo. Aun así, fue pieza clave en el ascenso granadino a la Liga Adelante, consumado en Alcorcón tras un play off de auténtico infarto. Pero Dani Benítez nunca pareció estar bien aconsejado, ni rodeado.
El fallecimiento de su madre, maldito cáncer, con apenas veinte años le marcó muchísimo, como no podía ser de otra forma. Posiblemente la mejor temporada de su vida fue precisamente el año con el Granada en la Liga BBVA, la 2010-11. Mejor rendimiento si cabe que el año previo en la categoría de bronce y la mejor marca goleadora de su carrera profesional, con diez tantos. Su exuberancia física estaba muy por encima de la media para la segunda división española. Muchos ojos se tornaron sobre él.
Mientras, el mallorquín visitaba antes de cada partido el granadino Cementerio de San José, donde encontraba una necesaria paz espiritual recordando a su madre. En el campo, Fabri González, el técnico rojiblanco, había encontrado la fibra sensible de su filón zurdo. El entrenador gallego casi ejercía de padre para una personalidad muy compleja que podía tornarse en juguete roto en cualquier momento, ante tanto elogio.
Capaz de lo mejor y de lo peor, aún es recordada en Granada su espectacular actuación ante el Celta en la primera eliminatoria de ascenso a primera, donde dejó un partido para el recuerdo pero falló dos penaltis con los que los andaluces habían podido evitar la prórroga -finalmente, la eliminatoria se decidió en la tanda de penaltis, con un fallo decisivo del hoy internacional Michu, entonces celtiña, y marcando el portero Roberto el último lanzamiento para los de la ciudad de la Alhambra-.
Incluso en su debut en primera siguió llamando la atención. En plenitud física y mental, la Liga BBVA no le quedaba grande a Dani Benítez, ni mucho menos. Aunque su relación con Fabri se torció bastante, sus treinta partidos como debutante en la élite dan buena cuenta de que resultó una pieza importante en aquel Granada. En la penúltima jornada de aquella campaña 2011-12, su botellazo a Clos Gómez tras la derrota ante el Real Madrid volvió a sacar a relucir su díscola personalidad. Aquel acto le costó tres meses de sanción.
Múltiples parejas sentimentales y padre de hijos de varias relaciones, Benítez volvió a perder su paz espiritual. Tras su sanción, le costó muchísimo volver a jugar minutos de verdad en primera al retornar con la temporada bien entrada. Además, su desordenada vida comenzó a pasarle factura y empezaron a llegarle lesiones musculares de forma incesante, con lo que apenas disputó nueve partidos en la pasada temporada. Pero en Granada seguía siendo un ídolo, aunque ya los grandes de nuestro fútbol habían empezado a no tenerle en cuenta, viendo su evolución negativa.
La grada de Los Cármenes siempre exigió al balear, pero igualmente le quiso como pocos. No es un público fácil el granadino, ni mucho menos. En ocasiones pierde el norte y se vuelve tremendamente exigente, como si el Granada llevara toda la vida jugando competiciones europeas. Pero Dani Benítez era su niño mimado.
Pese a su testimonial participación en esta campaña, aquel 16 de febrero su público le recibió con una ovación cuando saltó al campo ante el Betis en el minuto sesenta, con 1-0 gracias al gol de Piti. Dieciséis minutos más tarde, y tras fallar una clara ocasión de gol, el centrocampista fue expulsado, quizá de forma un tanto exagerada por dar una patada a destiempo a Nono. La grada no entendió aquella acción que complicaba tanto a su equipo, y lo que había sido ovación apenas un cuarto de hora antes, se tornó en pitada por su error, uno más, al zurdo.
Ahora se ha sabido que aquel día ante el Betis Dani Benítez estaba bajo los efectos de la cocaína. Un hecho absolutamente indefendible para quien dice ser un profesional del fútbol. No hay justificación posible, como no la hubo para aquel botellazo, aunque posteriormente el rojiblanco pidiera perdón. Ahora, Benítez ha pasado la raya de lo inasumible.
La feliz vida de un futbolista, con tanto privilegio, tiene también múltiples exigencias, algunas de ellas innegociables. Cuando se confirme la noticia, Benítez no volverá a vestir la camiseta granadina. El ocaso de un juguete roto que nunca supo manejar la burbuja en la que vivía. El comienzo del fin de una carrera que pudo ser mucho mejor pero a la que nunca enseñaron el camino correcto.