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José Luis Roldán

Paradojas

La Junta descubrió una vieja treta para garantizar la impunidad de sus copiosas y dispares corruptelas: la magnificencia.

Decíamos ayer, a propósito de la mangancia, que la Junta descubrió una vieja treta para garantizar la impunidad de sus copiosas y dispares corruptelas: la magnificencia. Chaves, descubridor del truco, la empleó pródigamente para cambiar dineros de bolsillo, grandes sumas; por ejemplo, 10 millones de euros del bolsillo de los contribuyentes andaluces -a razón de 3 euros por cabeza- al bolso de su hija Paula, firmante de la recepción del convoluto, en nombre de Minas de Aguas Teñidas (incluso el nombre de la empresa ya dice mucho de por sí).

Luego vino Pepe I, el Sencillo, émulo de Manolo y maestro de Susana, que, como en el fondo era un filántropo, usó la magnificencia para darle de comer, no ya a su familia, sino a la tribu entera. Esto fue llamado en la neolengua andaluza "reordenación del sector público". El vulgo, menos culto, la motejó ley del enchufismo.

Paradojas. Delinquir (delincuir, Chaves dixit) desmesuradamente para garantizar la impunidad.

Eso es algo que nunca entendió el exalcalde de Jerez, Pedro Pacheco. Fue condenado hace poco a cuatro años y medio de cárcel por haber colocado a dedo a dos asesores. ¡Estúpido roñoso! Sólo a dos, ¡con el paro que hay en Jerez! Si hubiese colocado a 30.000 probablemente seguiría de alcalde, o lo habrían nombrado juez por el cuarto turno o senador digital, como a Griñán.

La Audiencia de Cádiz también ha condenado como cooperadores necesarios a los dos beneficiados.

Aquí, en cambio, en la mayor operación de enchufismo de la historia de España, el cooperador necesario ha sido el juez; se llama Pablo Lucas Murillo, fue alto cargo con los socialistas, a los que debe la toga suprema y las puñetas de bolillo, sin pertenecer a la carrera judicial. No sólo quedó impune, sino que pronto será recompensado, ¡al tiempo!

Como no creo en las casualidades, sino en las causalidades, mi razón rechaza que entre la cantidad de magistrados profesionales y competentes que hay en el Tribunal Supremo el azar eligiera a don Pablo Lucas para ser ponente de las dos primeras sentencias -requisito necesario para fijar doctrina- sobre el tema en cuestión. Con la cantidad de magistrados profesionales, eligieron para el caso a don Pablo Lucas, para juzgar la conducta de quien, precisamente, lo había aupado al puesto que detenta; con la cantidad de magistrados competentes, designaron a uno bajo sospecha de parcialidad que, además, ni siquiera acertó a citar correctamente los pocos artículos en que fundamentaba -nunca mejor dicho- su fallo.

Paradojas. El juez designado por la parte. Juez de parte, pues.

Y es que, desde los inicios, nuestra historia está llena de paradojas. La historia del pensamiento debe a Zenón de Elea el uso de la paradoja como instrumento para el razonamiento lógico y la pedagogía. La vida misma, la existencia, es en sí una paradoja. Ya se sabe que todo lo que es lleva en sí el germen de su negación.

No habría de librarse de ello la obra humana, siendo tan imperfecta. Menos aún la de un juez, siendo, más que imperfecta, chapucera. Puede que una paradoja hospedada en su infame sentencia sea lo que la haga volar por los aires.

Pero, como se decía en un libro infantil, cuyos protagonistas dieron pie en los años 80 a una moda onomástica de lo más extravagante (v. g. Atreyu Repullo o Xayide Pérez), esa es otra historia y, con la benevolencia de los desocupados lectores, será contada el próximo día.

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