Parece salido del magín de George Orwell; pero no, es realidad. El presidente de Venezuela ha creado el Viceministerio para la Suprema Felicidad del Pueblo. Su primera actuación ha sido la expropiación de una cadena de electrodomésticos, y la detención de sus directivos, porque, dice, vendía sus productos a un precio desorbitado. Los comercios de la cadena fueron intervenidos y Maduro lanzó un ultimátum: "¡Que no quede nada en los anaqueles! ¡Que no quede nada en los almacenes!; de manera que el saqueo, incluso por parte de los miembros de la Guardia Nacional, se hizo inevitable.
Es sabido que la suprema felicidad del pueblo radica en el consumismo. El Homo faber dejó atrás al Homo sapiens, y la moderna sociología ha sentado que, más allá de una y otra cosa, somos ante todo Homo consumptor, consumidores, o, más exactamente, rerum immoderatio consumens. Y excúseme el lector por los latinajos, que lo hago por honrar a Cipión y Berganza, los perros de Cervantes, que, en verdad, tienen un tratado sobre el tema, y no quitarles razón cuando afirman que
hay algunos romancistas que en las conversaciones disparan de cuando en cuando con algún latín breve y compendioso, dando a entender a los que no lo entienden que son grandes latinos, y apenas saben declinar un nombre ni conjugar un verbo,
de lo cual se sigue que
para saber callar en romance y hablar en latín, discreción es menester,
cosa de la que, obviamente, carece quien esto escribe.
Pero volvamos a nuestro asunto: los neurobiólogos, o la mercadotecnia, que para el caso da lo mismo, han descubierto que el consumismo libera endorfina, que, como es sabido, produce un efecto alienante. O sea, la clave de la felicidad. El socialismo bolivariano ha trascendido a Marx, y ha sabido encontrar el opio del pueblo más allá de la religión, integrándolo en su porcus (como decía Dickens) doctrinal, con lo cual han acabado resolviendo un incómodo dilema. Aunque en honor a la verdad no todo el mérito es del chavismo venezolano, el chavismo andaluz también merece reconocimiento.
El régimen andaluz es la factoría ideológica del neototalitarismo. El régimen andaluz y el bolivariano se retroalimentan. Lo del ministerio de la felicidad está basado en una idea original del vicepresidente de la Junta, Diego Valderas, que dijo que hay que establecer un modelo económico "para construir una mayor felicidad de la gente" (sic).
Por su parte, el portavoz de Izquierda Unida afirmó hace unos meses:
Preferiríamos apuntarnos al modelo democrático de la república bolivariana de Venezuela, y a partir de ahí nos gustaría iniciar el proceso que inició Venezuela con la implantación del socialismo del siglo XXI,
y defendió "la intervención del Estado en la economía con mano visible". Afirmaciones que fueron ratificadas por Valderas, aplaudidas por Griñán y jaleadas por Susanita, la estrella refulgente del sur. El régimen social-comunista andaluz proporciona el sustrato ideológico, y el régimen bolivariano lo reelabora y lo devuelve desprovisto de retórica. Y, voilá!, el socialismo del siglo XXI. O sea, traducido a román paladino -en el cual suele el pueblo fablar a su vecino-, expropiaciones sociales (es decir, arbitrarias y sin justiprecio), asaltos a la propiedad privada y, con mano visible, saqueos y cleptosindicalismo. Josep Pla, esclarecido y socarrón, ya lo dijo -sin que se le cayera el pucho de la comisura de los labios- en la memorable entrevista que le hizo Joaquín Soler Serrano: el socialismo es eso que el capitalismo paga.
El PSOE podía haberse ahorrado la dichosa Conferencia. Le hubiese bastado con mirar hacia el sur. Aquí tenemos lo que andan buscando: el socialismo del siglo XXI, con su bandera tricolor -roja, morada y verde, Valenciano dixit- y un himno ostentoso -los esclavos felices, de Arriaga-. El chándal y el jamón tendrán que procurárselo cada uno.