Los libros que están compuestos a base de artículos previos suelen adolecer de una unidad un poco aparatosa. La obra que comentamos se libra de ese feo defecto porque está atravesada por un potente espíritu polémico que unifica el tratamiento de cuestiones que pudieran parecer distantes, pero que, como el autor demuestra, no lo son en absoluto. Hay otro vicio peor que el de editar un libro sin unidad de motivo, y es el que Schopenhauer denunciaba cuando decía de Hegel que el filósofo se limitaba a poner las palabras para que el lector pusiese el sentido, y nada es más fácil que caer en semejante añagaza y presumir de sabio, pero Contreras evita ese mal porque se enfrenta con estos asuntos no para sentar plaza de original, sino para explicar lo que está en juego, la compatibilidad del liberalismo y la religión, y hacerlo con claridad, la cualidad que Ortega consideraba como la cortesía del filósofo.
La cuestión central no es nada baladí y se puede resumir del siguiente modo: ¿es compatible el liberalismo con el fondo moral del cristianismo? Algunos pensarán que esa pregunta es hoy todavía más acuciante que en el pasado mes de marzo, por decir algo, pero se trata, en cualquier caso, de un asunto medular, porque no hay que ser un erudito para estar al tanto de los encontronazos y condenas con que tropezaban los liberales del XIX a nada que se acercasen a una parroquia. Contreras explica correctamente el enrocamiento antimoderno y antiliberal de figuras clave como Gregorio XVI y Pío IX, en función del clima anticristiano en el que se dieron algunos de los liberalismos europeos en el XIX. Pero más importante que esa explicación histórica es la convicción de fondo de Contreras de que la democracia liberal no hubiera podido surgir en ningún otro clima cultural e intelectual que el propiciado por el cristianismo, de modo idéntico a la deuda que la propia ciencia moderna tiene con la imagen inteligible del mundo propiciada por una fe que no reniega nunca de la razón porque la considera un don de Dios. Es obvio que a la Iglesia le ha costado unas cuantas décadas superar la extraña asociación de ideas que, en el seno de una cierta forma de entender la cristiandad, se estableció entre coercibilidad y verdad, pero no debiera ser menos evidente que después de las declaraciones del Vaticano II y del espléndido y rotundo magisterio de Benedicto XVI no puede quedar duda alguna sobre la completa compatibilidad del liberalismo, tanto en su aspecto económico como en su fondo político, con el catolicismo.
Una de las múltiples cuestiones que están detrás, para cualquier creyente, de lo que pudiera parecer una mera cuestión conceptual o teológica es la forma de conseguir que la cultura y la moral cristianas puedan influir en la sociedad política, cuando ésta no reconoce una autoridad moral superior a la democrática. Se trata de un tema que, además de prestarse a tergiversaciones varias, tiene especial actualidad en una Europa en que se da la sorprendente situación de una especie de negacionismo cristiano, como el que afloró a propósito del no reconocimiento en la Constitución Europea de las raíces cristianas de aquélla, o en la elusión casi sistemática de cualquier referencia religiosa en los tratados europeos, o, lo que seguramente es más grave, en la lenta desaparición del sentido mismo de la religión en buena parte de las manifestaciones de la cultura contemporánea. Contreras habla directamente de una cristofobia política, que sería la fuerza inspiradora de todo ese invierno cultural postcristiano o directamente anticristiano. En cualquier caso, es evidente el sofisma de quienes pretenden que en la vida civil no se planteen exigencias religiosas al tiempo que no reconocen a la religión ninguna cualidad especial, de manera que lo que se ha venido a inventar es una nueva legitimación censoria, puesto que bastará con argüir que una idea es religiosa para que se decrete su expulsión del espacio público. Aunque parezca mentira, inconsecuencias tan necias como esta sientan plaza de laicidad y de racionalidad, cuando no son sino una especie de totalitarismo que pretende que olvidemos su nombre.
La segunda parte del libro se dedica a una demoledora crítica de los fundamentos ideológicos del Estado de Bienestar, fuertemente inspirada en fuentes anglosajonas, en especial norteamericanas, un escenario en que estos asuntos se ventilan con especial claridad y crudeza. En un capítulo preliminar Contreras realiza una disección brillante del sorprendente contraste entre la buena imagen que la izquierda tiene de sí misma, especialmente entre nosotros, y la imagen de subordinación ideológica a esa especie de verdades inconcusas que dan buena parte de políticos que pretenden que les creamos cuando dicen ser de derechas, aunque, en realidad, no pierdan grandes energías en proclamarlo. Una de las mejores descripciones de lo que pasa actualmente en España es precisamente la insólita duración del prestigio moral de esa izquierda de "hijos de papá", debida, en muy buena manera, al supuesto pragmatismo de una derecha que nunca se ha atrevido a presentar una auténtica batalla cultural, cosa que sí ha sucedido en otras latitudes. Contreras analiza a continuación el impacto negativo de las políticas socialdemócratas en el entorno social que posibilita la vitalidad de la familia y aboga, en cambio, por un liberalismo pro familia. Tanto el contraste como el propósito me parecen muy loables, pero me temo que esta sea la parte del libro cuyos argumentos resulten más discutibles.
El libro termina con dos capítulos algo más académicos, pero igualmente llenos de interés; en el primero de ellos se plantea la cuestión de las relaciones entre el espacio público y lo que Contreras entiende por ley natural, un concepto muy caro a los filósofos del derecho pero que arrastra dificultades muy notorias, y en la segunda analiza muy agudamente la propuesta del positivismo jurídico y los notables inconvenientes que pueden tener ciertos intentos de superarlo, a la manera de Dworkin, y que podrían hacer que el Derecho llegue a ser tan poroso como se quiera a la moral social pero, por ello mismo, que resulte ser completamente incompatible con la nitidez conceptual que, al entender de nuestro autor, debiera ser característica del mismo. No es un tema menor, desde luego.
El libro de Contreras se puede leer, pese a sus 786 notas a pie de página, una abundancia que para el buen lector es toda una golosina, con celeridad, porque su prosa es trepidante, y no se pierde nunca en vaguedades pretenciosamente abstractas. Es un libro contundente, estimulante y provocador: ¿se puede pedir más?
Francisco José Contreras, Liberalismo, catolicismo y ley natural, Encuentro, Madrid, 2013, 351 páginas.