Lo que Hegel llamaba el espíritu de la época, eso tan difícil de aprehender para los contemporáneos, yo acabo de descubrirlo en la estampa algo andrógina de un tal Justin Bieber, cantante que, según me cuentan, trae soliviantadas a las pubertinas españolas. Al punto de que, igual en Madrid que en Barcelona, centenares de preadolescentes guardaron cola de días ante las taquillas a fin de asistir a sus recitales. En algunos casos, morando en tiendas de campaña toda la semana, me informa La Vanguardia, gaceta que por lo demás se suma al universal contento por tan ilustre visita. Al respecto, uno tenía entendido que la escolarización en este país era obligatoria hasta los dieciséis años de edad. Y que entre los cometidos de la Policía estaba identificar la presencia de menores en la vía pública durante el horario lectivo.
Pero, por lo visto, uno lo entendió mal. ¿Cómo, si no, legiones de abnegadas mamás de la sufrida clase media habrían escoltado a sus niñas en la larga espera ante la mirada complaciente de los guardias de la porra? Por no entender, uno no entendió que el genuino escándalo no residía ahí, sino en cierto proyecto docente madrileño. Ése que pretende auspiciar institutos públicos donde se practique el culto no a Bieber y su compadre Procusto, sino a la excelencia académica. Centros que se plieguen a una constatación empírica registrada por la Humanidad en los últimos dos mil años, a saber, la evidencia de que la Madre Naturaleza no es socialdemócrata.
De ahí que la inteligencia no se distribuya en el Cosmos con arreglo a los principios programáticos de la II Internacional. Fatalidad biológica que tan bien comprendieran, por cierto, los promotores de la Institución Libre de Enseñanza, muy elitista referencia mítica de esa progresía que, escandalizada, clama "¡Anatema!". La misma progresía que, en apenas un cuarto de siglo, ha coronado uno de los más asombrosos prodigios de la ingeniería moderna: transformar un viejo ascensor social en una eficacísima tuneladora. Gloriosa hazaña, la de la ortodoxia pedagógica dominante, que nunca hubiera sido posible sin la tolerancia cero con las desigualdades naturales entre las capacidades de los alumnos. Tabú que ahora se aprestan a violar en Madrid. Con permiso de las mamás de Bieber, claro.