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José García Domínguez

Y ahora las veguerías

La inexcusable marabunta de asesores áulicos. Ujieres, chóferes, secretarios, palmeros, jefes de área, departamentos mil. Siempre múltiplos de siete. Por fin, seremos una nación. De chupatintas, claro.

Tras larga y atormentada espera, al fin, los catalanes podrán disfrutar de ese matasellos administrativo que, generación tras generación, habían soñado recuperar sus ancestros: el de las veguerías del siglo XII (después de Cristo). Así, disponían ya de las preceptivas subdelegaciones del Gobierno en cada una de las cuatro provincias de la demarcación. Como todo hijo de vecino, también estaban surtidos de las correspondientes diputaciones. Generoso en extremo, el Parlamento doméstico igual los había premiado con cuarenta y un consejos comarcales. De antiguo gozan, pues, de los impagables saberes de varios centenares de consejeros de las dichas comarcas, todos cargos políticos, amén de los presidentes, vicepresidentes y la consiguiente legión de funcionarios sujetos a su arbitrio.

Por lo demás, cuantos sobrevivimos en Barcelona y su perímetro de influencia acabamos de recuperar otro negociado, la llamada Área Metropolitana; suprema conquista que nos permitirá sufragar noventa aconsejadores sobrevenidos, los que habrán de facturar dietas, condumios y demás gastos de representación a ese nuevo ente. Al tiempo, tan perentorio organismo transmunicipal se dotará de una junta de gobierno que, tal como prevé la ley que lo alumbró, estará integrada por sólo treinta miembros; a pan y cuchillo, huelga decir. Añádase a ese envidiable privilegio el de contar, además, con las prestaciones de los doscientos mil empleados a sueldo de la Generalidad, a su vez esparcidos por las nominadas delegaciones territoriales.

Para mayor deleite, repárese en los innúmeros servidores de los 946 excelentísimos ayuntamientos que componen la ínsula Barataria de Don José. Podrá entonces el lector formarse una idea aproximada del indecible dolor con que los catalanes sufrían en silencio la falta de unas cuantas veguerías. Mas la angustiosa espera está a punto de concluir. Apenas resta que Zapatero, fiel a su hondo sentir catalanista, fabrique siete provincias en el BOE, las imprescindibles con tal de dotar de coartada legal a la criatura. Quién nos vera presumir entonces ante el resto de España. Siete flamantes virgueros, vagueros, o como se llamen los barandas del asunto. 184, que ya los han contado, consejeros de veguería. Siete parques móviles, of course. Siete jefes de protocolo. La inexcusable marabunta de asesores áulicos. Ujieres, chóferes, secretarios, palmeros, jefes de área, departamentos mil. Siempre múltiplos de siete. Por fin, seremos una nación. De chupatintas, claro.

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