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José García Domínguez

¡Vivan los novios!

Es verdad que nunca veremos la revolución, nosotros que la quisimos tanto. Pero procede conceder que las nupcias hispalenses del funcionario Díez representan el sucedáneo simbólico que más se le parece.

"Jesús, por ahí no. Pon tu fe en otra caza", advirtió en cierta ocasión don Juan Carlos al difunto Jesús Aguirre. Fue cuando el ya excura diera en prodigarse con demasiadas citas de Hölderlin ante la princesa Irene de Grecia, dama por entonces en edad de merecer. Una regia admonición a la que, según contaría luego su biógrafo Manolo Vicent, el futuro duque de Alba replicó: "Majestad, la fe es la salvación, pero no un consuelo". Y así, en procura de alivio, aquel epígono valleinclanesco de la Escuela de Frankfurt comenzó a frecuentar a la viuda Cayetana Fitz-James Stuart y Silva.

Luego, bodorrio mediante, llegaría la célebre sentencia de Cela a cuenta del consorte. "Que disfrute de su sillón ese escritor de prólogos", espetó don Camilo cuando al otro le ataron lo de la Academia de la Lengua. "Siente pasión por las antigüedades", acaba de airear, y no sin alguna maldad, mi admirada Beatriz Cortázar a propósito del sucesor de Aguirre, el novio Díez. Con tales querencias, yo no sé si habría que ir moviéndole un apaño en la de la Historia, aunque ese asunto parece que ahora anda muy competido. Por lo demás, en España la lucha de clases se clausuró formalmente el día que cierta joven de verbo abrupto, una Belén Esteban, irrumpió triunfal en las páginas del ¡Hola!

Desde aquella jornada gloriosa, el equivalente ibérico a la toma de la Bastilla, solo nos restaba contemplar a un probo funcionario del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales sentando sus reales en el Palacio de Liria. Es verdad que nunca veremos la revolución, nosotros que la quisimos tanto. Pero procede conceder que las nupcias hispalenses del funcionario Díez representan el sucedáneo simbólico que más se le parece. Al respecto, es sabido que la reina de Inglaterra vendría obligada a cederle el paso a la señora de Díez caso de coincidir ambas ante la puerta de un ascensor. Aunque está por ver qué sucederá si sus respectivos esposos se tropiezan por los pasillos de Muface. Sea como fuere, Felipe de Edimburgo no podría proceder al modo de su tocayo Felipe II, que encarceló al tercer y quinto duque en castigo por los matrimonios inapropiados de la Casa de Alba. En fin, ¡vivan los novios!

En Chic

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