Cuenta Isaiah Berlin que cuando un francés sentenciaba "Je suis un bon patriote" durante la Revolución no quería decir "Estoy orgulloso de mi sangre francesa", sino "Creo en la Libertad, el más noble ideal que proclama mi país". Y es que no existe patriotismo más genuino que el que nació a la Historia para defender la causa de los hombres y mujeres libres. Por algo en el Cádiz sitiado de 1812 las voces liberal y patriota acabaron convirtiéndose en sinónimos indistinguibles. Por lo mismo que Esperanza Aguirre ha sido a lo largo de toda su vida pública una patriota, a fuer de liberal. Rara avis en una derecha, la española, de muy antiguo lastrada por dos tradiciones ajenas al sentir laico, argumentativo e ilustrado que nació entre aquellos muros del Oratorio de San Felipe Neri cercados por los ejércitos de Napoleón.
Por un lado, la de los tecnócratas imbuidos de una concepción gerencial y burocrática de la cosa pública. La orquesta administrativa del Titanic, asépticos funcionarios del poder siempre refractarios a remangarse la camisa y bajar a la arena de la batalla ideológica hasta que ya es demasiado tarde. A su lado, esa otra que encarna la tropa folclórica del españolismo cañí, el macizo de la raza con su aroma a alcanfor y su rancia iconografía del No-Do. Tan lejos de un patriotismo, el constitucional, curado de cualquier tentación nacionalista. Por lo demás, un patriotismo combativo que nunca, ni entonces ni ahora, se resignó. Porque sabía entonces –y sabe ahora– que son las ideas, no el poder o el dinero, las que en verdad mueven el mundo.
Patriotismo, el de Aguirre, genuino como su querencia liberal, ajena a quimeras utópicas e imbuida de sentido del Estado. Liberalismo clásico que no sueña con paraísos terrenales, ni con Icarias felices. Liberalismo escéptico que, lejos de fantasear con mundos perfectos, aspira a pequeñas hazañas tangibles, como ésa de lograr que todos los niños y niñas de Madrid aprendan en colegios bilingües. Un hito pedagógico del que con razón la presidenta se puede sentir hoy orgullosa. "La felicidad del ser humano es la libertad. Y la libertad es la valentía", escribió Tucídides hace dos mil cuatrocientos años. Pocas mujeres más valientes que Esperanza Aguirre habrán de recalar alguna vez en la política nacional.