PP, 120; PSOE, 101; Podemos, 87; UPyD, 3. Lo dice la última cata demoscópica del CIS, la de octubre. Y, a un año escaso de las elecciones, no resta tiempo material para cambiar nada que resultase estadísticamente significativo. Habrá, en consecuencia, Gran Coalición. Es inevitable. Por mucho que se fuerce la máquina de meter miedo en la prensa, cualquier otro escenario hipotético, simplemente, no cabría en la letra pequeña del Tratado de Maastricht. Y, hoy por hoy, extramuros de Maastricht aún no resulta posible la vida. Así que no hay alternativa. Ninguna. Tan simple como eso. El próximo vicepresidente de Rajoy, pues, se llamará Pedro Sánchez. Pero en la alta política pasa lo mismo que en la economía de mercado: tampoco existe nada parecido a una cena gratis.
El apresurado matrimonio de conveniencia PP-PSOE supondría, y esta vez en serio, el último vagón del último tren para el Sistema (con mayúscula). Porque existen muchas formas de jugar a la ruleta rusa, pero ceder a Podemos el monopolio de la oposición, no ya la social sino también la institucional y parlamentaria, quizá resultase la más temeraria de todas para el establishment. Y a corto plazo, además. Porque hasta que Francia se decida a romper de una vez la baraja del euro, habrá que esperar un lustro, tal vez dos. En cualquier caso, el tiempo suficiente para que un estancamiento crónico de las economías del sur termine de corroer los últimos cimientos de la cohesión social en los países deudores. Dentro de cuatro años, desengáñense los cándidos, las cosas seguirán exactamente igual. O peor.
De ahí que la Gran Coalición suponga una pistola de una sola bala a menos que alguien disputase a Pablo Iglesias el favor de la izquierda sociológica disidente. Empeño que, descartada la vieja apparatchik Díez y su muy tosca guardia pretoriana, solo puede asumir Ciudadanos. Claro que hace falta otro Podemos, pero otro Podemos que habite dentro del imaginario progresista que comparten cuantos desfilan alelados tras el flautista de Hamelín de La Tuerka. ¿O aún quedará alguien por ahí que no haya entendido todavía que a la diestra del PP apenas resta espacio para la marginalidad? Plagiando a un novelista italiano aquí ignoto, el difunto Vázquez Montalbán solía repetir la boutade de que la batalla final iba a ser entre comunistas y excomunistas. Pues sí lo será.