A Susana Díaz, hamletiana candidata in pectore a dirigir el PSOE, acaba de salirle un grano en la hoja de servicios que responde por Spiriman, el superhéroe granadino también conocido por doctor Jesús Candel entre sus compañeros de trabajo en el Servicio Andaluz de Salud. Poca broma con ese Spiriman. Lo que no han sido capaces de hacer los Arenas de turno durante treinta y cinco eternos años, contando para ello con todos los medios del mundo, incluidos muchos de comunicación, esto es, desvelar a ojos de la opinión pública local la naturaleza clientelar, convencional y profundamente mediocre de la gestión de los servicios públicos en Andalucía, resulta que lo ha conseguido el tal Spiriman solo con un poco de imaginación para hacer ruido en Youtube. Lo dicho, poca broma con ese Spiriman. A Díaz, como era de prever, le ha faltado tiempo para enarbolar la teoría de la conspiración tan habitual en estos casos. Todas esas manifestaciones masivas que recorren las capitales andaluzas en repudio de sus acometidas contra el pilar primero del Estado del Bienestar, el sistema sanitario público, serían el fruto de una artera e inconfesable maquinación política de los dos partidos de la oposición, PP y Podemos. Lo de siempre, la conjura judeo-masónica.
Ocurre, sin embargo, que los números son como el algodón: no engañan. Y las cifras que ahora mismo exhibe el Servicio Andaluz de Salud constituyen una enmienda a la totalidad contra la imagen de Díaz como alternativa a nada. ¿O acaso cabe vindicar ante toda España la bandera del Estado del Bienestar cuando Andalucía –junto a Cataluña, por cierto– es un ejemplo de libro de cómo no se deben hacer las cosas en la sanidad? ¿Con qué cara alguien que aspire a liderar la socialdemocracia española puede reconocer que, bajo su personal mandato, Andalucía pasó a ser la comunidad autónoma que menos dinero per capita destina a la sanidad (1.044 euros frente a los 1.140 de Madrid o los 1.549 del País Vasco)? Pero no solo eso, pues resulta que Andalucía también es la comunidad autónoma que realiza el menor número de análisis TAC por habitante a sus enfermos.
A cambio, está entre las cuatro que más médicos, enfermeros y personal sanitario en general han enviado a las listas del paro desde 2012. En concreto, la Junta de Andalucía, campeona de las políticas de austeridad allí donde las haya, ha puesto en la calle a 7.265 empleados hospitalarios desde 2012. Nadie se extrañe, pues, de que Andalucía ocupe el farolillo rojo nacional en número de médicos especialistas por mil habitantes. Ninguna autonomía cuenta con menos especialistas en sus hospitales que Andalucía, ninguna. Pero es que su particular lista de médicos de atención primaria tampoco les anda a la zaga: los ciudadanos andaluces son los segundos por la cola, solo precedidos por los de Baleares, en disponer de médicos de atención primaria. Sin médicos que las firmen, se entiende bien que tampoco gasten demasiado en recetas. De ahí, acaso, que su gasto farmacéutico sea el tercero por la cola. Esa, la de las cifras desnudas, es la única, verdadera y genuina conspiración que está detrás de Spiriman y sus movilizaciones de masas por toda la región. Y todavía se atreverá a perorar en Madrid del austericidio.