La ministra González Sinde, que es persona educada y respetuosa con las normas del decoro, ha dedicado un muy elogioso escrito en la prensa a Pedro Alberto Cruz. Gesto elegante el suyo que, sin embargo, deja entrever cómo la izquierda con mando en plaza aún contempla el mundo de las ideas y el pensamiento tras las destartaladas ventanas del jardín de infancia del sesenta y ocho. De ahí que Sinde presuma para la salvajada sufrida por el consejero murciano móvil tan peregrino como el que yace emboscado tras la siguiente interrogación: "Me pregunto si tiene alguna relación este hecho, el que sea precisamente consejero de Cultura y no de otro departamento, en [sic] las motivaciones de sus atacantes".
Rásquese con una uña el barniz retórico que embellece ese enunciado y, al punto, emergerán a la luz dos de los prejuicios falaces que abonan la pretendida superioridad moral de la progresía. "Como todo el mundo sabe, la cultura es cosa nuestra y solo nuestra, patrimonio exclusivo y excluyente de la izquierda", se nos viene a decir entre líneas con tal de apelar al primero. "Por tanto, si alguien la ataca por ser lo que es, debe tratarse de los seculares enemigos del espíritu, los reaccionarios y los fascistas que tanto la odian", infiere de modo implícito la ministra. ¿O acaso hubiera lanzado idéntica duda sobre el tapete si Alberto Cruz ejerciera como consejero de Ganadería, de Sanidad o, qué se yo, de Minas y Lagos?
Aún más pueril si cabe, el segundo a priori canónico de la socialdemocracia flácida pretende ver en la cultura un subproducto más de la factoría Disney, otro dulce caramero de fresa relleno de empalagoso buenismo kitsch. Como si la alta cultura y sus sumos sacerdotes laicos, los intelectuales, no estuvieran detrás de la barbarie criminal que asoló el siglo XX. A fin de cuentas, nada hay más emparentado con el pensamiento hegemónico en Occidente durante la modernidad que un puño americano salpicado de sangre. Al respecto, cuando la izquierda leía, muchos militantes podían recitar aquel soneto atroz de Machado. "Si mi pluma valiera tu pistola de capitán, contento moriría", que así comenzaba, memorable, su loa a un bárbaro. ¿La cultura remanso de paz y amor? No nos haga reír, Sinde. Hoy, no.