Igual que existen las mentiras, las grandes mentiras y las estadísticas, también el universo mundo acoge en régimen de estricta subordinación jerárquica a los cínicos, a los grandes cínicos y a Rubalcaba. Nadie se extrañe entonces de cuanto acaba de deponer don Alfredo a propósito de la sentencia de marras. "Lo que distingue a los demócratas de los que no lo son es que respetan el funcionamiento del Estado de Derecho", ha pontificado impertérrito, sin aparente sonrojo ni tampoco la previsible carcajada final a modo de epílogo. Y es que, acaso víctima colateral de su propio personaje, el tapado, como suele acontecer con los presentadores de concursos, tiende a subestimar la inteligencia del prójimo en forma algo temeraria.
De ahí, quizá, que presuma olvidado aquel célebre llamamiento a la algarada callejera contra el Tribunal Constitucional que urdió cierto José Montilla Aguilera, a la sazón presidente de la Generalidad de Cataluña durante el día de autos. Tumultuoso aquelarre institucional en repudio del Estado de Derecho y el principio de la división de poderes que, como acreditan las hemerotecas, concluiría con la quema ritual de banderas nacionales y la precipitada huida a las carreras del mentado Montilla. El mismo estadista, por cierto, que acto seguido habría de proclamar que el Tribunal se prodigaba en "ofensas gratuitas contra Cataluña que tocan las narices".
Todo ello antes de consentir la presencia de luz y taquígrafos en el transcurso de la siguiente cogitación: "He hablado con el presidente del Gobierno de España. Le he trasladado, sin ambigüedades, nuestra decepción por un proceso y una sentencia que nunca se debiera haber producido". De tal guisa, sin ambigüedades, certificó el baranda del PSC su muy reverencial respeto hacia los fundamentos jurídicos de nuestro orden político. ¿Y qué se fizo por la fecha de Rubalcaba? ¿Qué fue de tanto galán? ¿Qué de tanta invención como truxieron? Por ventura para él, nadie lo recuerda. Y así, entre la amnesia selectiva y la diglosia ocasional, el valido se enroca ahora en la pose de respetable hombre de Estado con el fin único de acongojar al Partido Popular, empresa nada difícil como es fama. Los quería ciegos, sordos y mudos –sobre todo, mudos– ante el apaño de Bildu. Sea, pues. ¡Shhh! ¡Shhh!