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Rajoy y los visigodos

La derecha procede en línea directa de los visigodos. De ahí esa querencia tan entusiasta por acuchillarse entre sí.

La derecha procede en línea directa de los visigodos. De ahí esa querencia tan entusiasta por acuchillarse entre sí.

Que no va a ninguna parte, parece evidente. Pero saber de dónde viene la izquierda española, a mí aún se me antoja asunto incierto. Bien al contrario, el árbol genealógico de la derecha resulta de una transparencia cristalina. La derecha procede en línea directa de los visigodos. De ahí esa querencia tan entusiasta por acuchillarse entre sí. Qué le vamos a hacer, la izquierda nos salió suicida y la derecha lleva el afán cainita grabado en el ADN. Solo Franco, y con muchos dolores de cabeza, logró meterlos en vereda durante una temporada. Antes de que el general pusiera algo de orden en el gallinero habían creado un partido cuyo solo nombre, Confederación de Derechas Autónomas, habla de su capacidad de someterse a un mínimo orden jerárquico. Después, fiel a la tradición de la familia, la UCD se inmolaría en un aquelarre de antropofagia que dejó pasmado al mundo.

Más tarde, en fin, el paréntesis del aznarato, aquel espejismo de modernidad izado sobre el dinero fácil del ladrillo, pareció indicar que las cosas en verdad habían cambiado. Y hasta hubo quien se llegó a creer que Quintanilla de Onésimo era Hollywood. Efectos alucinógenos de un soma que el pinchazo de la burbuja se encargaría de disipar con la vuelta a las andadas. Nada nuevo bajo el sol, pues. Aunque acaso suene sacrílego, con el Rajoy que acaba de lograr la hazaña no menor de sobrevivir al punto de inflexión de la legislatura sucede algo parecido a la historia del cristianismo. Y es que al igual que Pablo de Tarso, más que el propio Jesús, fue el artífice de la Iglesia tal como la conocemos, el genuino mentor de la obra de Rajoy no es Rajoy, sino el otro, el hombre del traje gris.

Si el Reino de España no representa a día de hoy una colonia más bajo soberanía de la troika, a De Guindos se debe el mérito mayor. Con Rajoy, es sabido, siempre cabe echar mano del arsenal de tópicos manidos a cuenta de los gallegos, las escaleras y el humo del puro. No obstante, el tipo que parecía recitar el "If" de Kipling cuando todos a su alrededor perdían la cabeza era ese señor calvo y bajito que estaba al lado del presidente. De las reyertas entre los gallos de la derecha que se han sucedido en estos veinticuatro meses no quedará nada en los libros de Historia; ni una mísera nota a pie de página, nada. Pero un gesto de grandeza en medio de tantas miserias, la tozuda lucidez del ministro de Economía negándose a solicitar el rescate pese a la presión interna y externa, eso se seguirá contando cuando la memoria de nuestra generación acumule polvo en los anaqueles de las bibliotecas. Ah, los visigodos.          

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