Por muy curado de espanto que se pretenda, a uno no deja de sorprenderle ese entusiasmo rayano en la euforia que la victoria de los tribalistas de aquí ha suscitado entre alguna derecha de allí. Así, diríase que para esas señoras y caballeros a quienes tanto duele España, el triunfo de Artur Mas ha supuesto un efecto balsámico, terapéutico.
Cómo entender si no que en apenas veinticuatro horas se nos hayan repuesto de aquel angustioso tormento metafísico que les causaba la suerte de los castellanohablantes de Cataluña. Recuérdese su santa ira contra las multas a los tenderos. Y su frontal repudio a la inmersión preceptiva, guinda de la exhaustiva institucionalización del monolingüismo vernáculo. Y su inquebrantable afán por clausurar las embajadas de la Señorita Pepys. Y su muy vívido escándalo, en fin, ante los dislates todos del Tripartito, esos mismos que CiU se ha comprometido a mantener cuando no a ampliar elevados al cubo.
Bien, pues ni en los archivos de Fátima resta constancia de sanaciones tan milagrosamente súbitas. Al punto de que las negras miasmas de sus escribidores orgánicos se han tornado en gozosos aleluyas. De ahí que ya los tengamos a todos celebrando gozosos el testimonio de suprema moderación que supone vindicar un dizque concierto económico, la quimera hoy prioritaria para CiU. Otra prueba del célebre "seny" que nadie ha conocido jamás por la prosaica razón de que nunca ha existido tal entelequia. Y es que esos catalanistas tan atildados, tan modernos y tan tibios solo reclaman renegociar por la vía de urgencia las capitulaciones de la Tercera Guerra Carlista. Un afán de lo más sensato, como se ve.
Postergada –de momento– la revocación formal del Compromiso de Caspe, ahora toca el cupo. Que, por cierto, no era otro el propósito que en su día los llevó a colar en el articulado Estatut unos arcanos "derechos históricos" cuya naturaleza nadie ha acertado a concretar. Aunque, a fin de cuentas, únicamente se trataba de plantar el germen de la enésima afrenta mítica; de seguir alargando hasta el infinito la tensión dramática con Madrit bajo la coartada del "expolio fiscal"; y de envenenar –todavía más– la riña entre las comunidades, abriendo el frente aún inexplorado de la asimetría financiera. Y Génova, riéndoles las gracias.