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José García Domínguez

Psicoanálisis de la señora De la Vega

De la Vega, más que hija de su padre, es hija de su tiempo, tragicómico fruto de una izquierda de invernadero que, a fuerza de propaganda y repetición, ha terminando por creerse en serio el relato de su propia fantasía resistencial.

18 de julio de 1971. Trigésimo segundo Año Triunfal. Prietas las filas e impasible el ademán, el todo Madrid hace paciente cola en El Pardo con tal de mostrar su inquebrantable adhesión al Caudillo. Antes, como siempre en la efeméride de la Cruzada, el Consejo de Ministros, encabezado por Franco, procederá a señalar con sus máximas distinciones honoríficas a los más fieles acólitos del régimen. Así, anuncia rutilante el BOE del día de autos la concesión al futuro activista de Comisiones Obreras don Fabián (ahora, Fabià) Estapé de la Orden de Alfonso X el Sabio en agradecimiento por sus innumerables –que no impagables– servicios a la dictadura.

Al tiempo, el Gran Collar de la Orden de Cisneros recaerá ese año en otro ilustre catalán, don José Vilarasau Salat, que lo recibirá al alimón con al camarada José Antonio Girón de Velasco. Merced también a sobrados méritos patrios, la Orden Imperial del Yugo y las Flechas ira a parar a don Miguel Primo de Rivera. Y en cuento a la Medalla del Mérito al Trabajo, el Generalísimo decidió premiar con ella, entre otros destacados mandos del sindicato vertical, a... don Wenceslao Fernández De la Vega y Lombán. Supremo reconocimiento a toda una vida de entrega al régimen que don Wenceslao lució con el presumible orgullo incluso en su esquela fúnebre, la que la saldría publicada en la edición de ABC correspondiente al 6 de abril de 1997.

Hasta ahí, prosaica, una verdad histórica que ya exhumó en su día Santiago González. Igual que la gran mayoría de la sociedad española de la época, el padre de la vicepresidenta era un decidido partidario de la autocracia, con la única diferencia de que él lo fue más que el resto. De ahí la solemnidad institucional con que sería recompensada su militancia franquista. No obstante, eso no significa que la vicepresidenta falte a la verdad de forma consciente y deliberada al quererse heredera de un perseguido político. Y es que De la Vega, más que hija de su padre, es hija de su tiempo, tragicómico fruto de una izquierda de invernadero que, a fuerza de propaganda y repetición, ha terminando por creerse en serio el relato de su propia fantasía resistencial. "Nuestros padres mintieron: eso es todo", rezaba, lacónico, el poema célebre. ¿Y si hubiera sido justo al revés?

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