Allá por1907, un siglo antes de que irrumpiera en escena la modernidad líquida de Zygmunt Bauman, engolada cháchara ful que tanto deslumbra a la crema de la intelectualidad doméstica, ya Julio Camba había dado con la clave del fin de la política como arte de dirigir a los hombres. Acaso creyendo él mismo que facturaba otra broma, el mejor escritor del barrio marinero de Vilanova de Arousa dio entonces en pontificar que no son los electores quienes eligen a los candidatos, sino los candidatos quienes eligen a los electores. El más exhaustivo vademécum tanto del marketing como del pensamiento político contemporáneo que cupiera imaginar, comprimido en una sola frase.
Así las cosas, muertas y enterradas las ideologías, todas, los partidos, sin embargo, se empecinan con extraño pudor en seguir ocultando al común su nueva naturaleza. Esto es, la razón única de su ser en tanto que meros gabinetes de investigación y técnicas de mercado; prosaicas agencias de mercadotecnia llamadas a gestionar la imagen de la marca; fabricar eslogans efímeros, de usar y tirar; fidelizar al público objetivo de la empresa vía estímulos emocionales, a cual más básico; y, de tanto en tanto, lanzar nuevos productos en forma de candidatos que obedezcan a los gustos y deseos de los consumidores en cada segmento de negocio. Punto. Y final. ¿Para qué, pues, congresos, primarias y, sobre todo, militantes?
Por algo, las célebres bases recuerdan cada vez más a esa tropa tan patética, la de los figurantes que emplean en la telebasura con el exclusivo fin de producir ruido, masa ovina siempre presta a aplaudir o silbar según se lo ordene el realizador de turno. ¿Y qué decir de los aspirantes? Recuérdese la querella última entre Trini, que podía, y Tomás, que quería. Ni una sola idea durante aquel parto de los montes madritense. Ningún programa, ni oficial ni oficioso. Ni una única discusión doctrinal. Ni una triste discrepancia filosófica a propósito de qué hacer con la Comunidad. Única y exclusivamente fulanismo, puro y duro, en su variante más obscena además, la del quítate tú que me pongo yo. Nada distinto de lo que cabe esperar de ese holograma ágrafo, Chacón, en disputada reyerta telegénica contra Rubalcaba. Cuánto mejor sería decirles primarios, que no primarias.