Escribo este artículo por alusiones. Y es que he de reconocer que también yo estaba allí, o sea aquí, y tampoco me enteré de nada. Como Vargas Llosa, que acaba de ser severamente amonestado por el emérito Pujol a cuenta de parejo episodio autista. Consuélese el Nobel, pues, pensando que no fue el único en ignorarlo todo acerca del movimiento catalanista que, según parece, acosó sin tregua al dictador en la Barcelona de los setenta. Lo confieso, no supe de tal efervescencia insurreccional hasta mucho después, ya con Franco y su régimen difuntos, cuando lo explicaron en la tele.
Por lo demás, que yo apenas acertase a recordar algunas misas en catalán del beaterío local y una pitada contra el colegiado Guruceta en el Camp Nou como supremas hazañas del nacionalismo, poco significaría. Lo malo es que al presidente de la Generalidad en el exilio vino a ocurrirle tres cuartos de lo mismo. Así, al igual que Vargas y que uno mismo, Josep Tarradellas, otro ignaro, nunca tuvo noticia de aquella arriscada resistencia que mantuvo en jaque al Pardo. De ahí que en diálogo con Iván Tubau acreditase su muy honorable estado de inopia como sigue:
- Las generaciones que hoy tienen la responsabilidad de gobernar el país son unas generaciones frustradas, han fracasado completamente, no han hecho nada.
- Hay personas que usted tuvo en su gobierno cuando era presidente y que habían pasado años en la cárcel durante el franquismo.
- ¿Quién?
- El Guti [Antoni Gutiérrez Díaz, entonces líder del PSUC], sin ir más lejos.
- Sí, sí, de acuerdo. Lo aprecio y lo quiero mucho. Hay otro que también pasó dos años en la cárcel: Pujol. Dos. No sé si llegarían a media docena. Pero en este país hay seis millones de habitantes. Lo que pasa es que la gente de este país no quiere saber la verdad, quiere que la sigan engañando. Entonces, claro, yo digo estas cosas y se enfadan conmigo.
Por cierto, quien tampoco sentía mayor interés por conocer la verdad era el editor del Grupo Z, que censuró la entrevista, vetando su publicación con tal de no contrariar a Pujol, enfrascado por entonces en asentar los cimientos de lo que Tarradellas bautizó "dictadura blanca" con premonitoria clarividencia. Y ese Vargas, que aún no ha pedido perdón.