Pero sería peor. Una de las paradojas de esta crisis, acaso la mayor, es que quien ha acabado en la UVI y a punto de recibir la extremaunción no es la variante anglosajona del capitalismo, sino la socialdemocracia. A fin de cuentas, lo que le ocurre al PSOE, su definitiva orfandad ideológica, la absoluta carencia de un discurso alternativo al paradigma que se impuso tras eso que se dio en llamar el "Consenso de Washington", nada tiene de específico ni de original. Lo mismo sucede con la izquierda en el resto de Occidente. Porque, contra lo que creen los economicistas de todos los partidos, el mundo se mueve por muy poco más que las ideas. Y ellos, los socialdemócratas, no tienen ninguna. Ya no.
Más allá de la noche de los muertos vivientes, de esa paleo-izquierda jurásica de los Beiras y las Syrizas recién salida de un guión de George A. Romero, no hay vida inteligente en su erial teórico. Al margen de las conspiraciones de salón que aquí tanto gustan, del politiqueo de vuelo gallináceo y el cruce de navajas entre fieles de fulanito y devotos de menganita, es el gran problema que arrostra hoy el partido socialista. Porque, más pronto que tarde, la irrupción en escena del Estado del Malestar terminará por provocar una fractura en su base social. Los resultados del domingo pasado, sobre todo en Galicia, señalan un indicio claro de esa tendencia.
Una sangría por el flanco zurdo, el de los nuevos excluidos que empiezan a no tener nada que perder, frente a la que siempre cabrá la tentación populista. De antiguo es sabido, en tiempos de tribulación, la demagogia y la charlatanería cotizan mucho más que el rigor y el sentido de la responsabilidad. ¿Cómo entender, si no, que el mismo partido que quiso reformar la Constitución para dar prioridad a los bonistas sobre los pensionistas apoye ahora una huelga general? Y ello pese a que Rubalcaba es lo menos malo que podría haber aterrizado en Ferraz. Moverle la silla, como ansía más de uno –y de una–, supondría abrir una segunda brecha (la catalana fue la primera) en la línea de flotación del sistema. Porque claro que otro PSOE sería posible. Ése es el peligro.