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José García Domínguez

Operación Rubalcaba: toda la verdad

Un imposible metafísico, ése de su desembarco en La Moncloa, que se apoya en tres poderosas razones de Estado, tres anatemas que a nadie versado en alta política se le escaparán. A saber, el primero es calvo, el segundo viejo y el tercero feo.

Creo recordar que era Stefan Zweig, aunque puede que fuese otro, quien recomendaba recalar en las librerías de cada nuevo país visitado si uno quería descubrir la fibra moral de sus nativos. En el caso español, sin embargo, tal propósito sólo se alcanza observando con la atención debida a los maniquís de la planta de caballeros de El Corte Inglés. Para quien sepa leerlo, el diagnóstico clínico de nuestro espíritu colectivo está escrito en esa colección de trajes vacíos, sonrisas petrificadas, decididos ademanes ficticios y eufórico dinamismo inmóvil. De ahí, por cierto, lo muy peregrino de las fantasías periodísticas que ahora quieren ver a Rubalcaba, Solana, o incluso a don José Blanco, pilotando lo que se ha dado en llamar poszapaterismo. Y es que ninguno de ellos alberga la más remota posibilidad de encabezar la sucesión.

Un imposible metafísico, ése de su desembarco en La Moncloa, que se apoya en tres poderosas razones de Estado, tres anatemas que a nadie versado en alta política se le escaparán. A saber, el primero es calvo, el segundo viejo y el tercero feo. Rubalcaba, el Judas más invocado en las fabulaciones gnósticas, adorna su intrigante personalidad con los supremos atributos civiles de la Galaxia Gutenberg, esto es, del Pleistoceno. Así, se le sabe formado, leído, inteligente, astuto, discreto, prudente y bregado en mil batallas. Mas, como ya se ha denunciado ahí atrás, sufre de alopecia galopante, un estigma inadmisible para las erráticas audiencias televisivas de hoy.

E igual cabría decir de su par Solana. El pueblo soberano bajo ningún concepto admitiría al mando de la nave a un hombre con su currículum académico, su experiencia nacional e internacional y sus... arrugas. Aquí, es sabido, Ronald Reagan jamás habría llegado a concejal de abastos en Betanzos. Para las cosas serias, la ciudadanía, como gustan decir los cretinos, prefiere a becarios que luzcan bonito en los planos cortos, llámense Adolfo Suárez, Felipe González o José Luis Rodríguez. Recuérdese al respecto a aquel jefe de la leal oposición, cierto Manuel Fraga, infinitamente más preparado que González e incapaz, no obstante, de batirlo en el terreno siempre ful de los medios audiovisuales. ¿Quién será el heredero, entonces? En el escaparate de la tienda de Serrano habita la respuesta.

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