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José García Domínguez

Matar al padre

Abatido, les confesó que aquellas escenas de masas del No-Do, las de los fotogramas de decenas de miles de catalanes aplaudiendo a rabiar a Franco, resultaban ser... auténticas.

Esa imagen sublime en la prensa doméstica de hoy, la foto del catedrático Borja de Riquer presentando dignísimo el manifiesto Un compromiso ético inaplazable. La ley de la Memoria Democrática, me trae a la mente dos viejas historias. La primera me la contó don Francesc Cambó, el día que cayó en mis manos su Dietario. Aquel ampurdanés casi tan inteligente como cínico describía allí cómo había sido el fervor revolucionario con que cientos de miles de barceloneses celebraran las exequias fúnebres del anarquista Durruti.

A su entender, se trató del más concurrido evento de masas de la historia de la ciudad, algo sólo equiparable al eufórico recibimiento con que idénticos cientos de miles de barceloneses festejarían la entrada de las tropas nacionales por el Paseo de Gracia, apenas dos años más tarde. Según el viejo Cambó, que conocía el percal mejor que nadie, el asunto no encerraba misterio alguno: unos y otros eran los mismos.

La segunda me la explicó una funcionaria de la Generalidad, no hace demasiado tiempo. Es la historia de un joven doctorando que acertó a elegir un tema para su tesis que prometía abrirle muchas puertas en el futuro. Corría la década de los ochenta y él acababa de licenciarse en Historia por la Universidad Autónoma de Barcelona. Durante los seis meses que permaneció encerrado allí, los empleados de la Filmoteca nunca entendieron qué pretendería averiguar con aquellos extraños aparatos, ni por qué insistía en que le proyectasen una y otra vez todas aquellas viejas cintas de las visitas del dictador a Cataluña.

Sólo supieron de qué iba aquello cuando les dijo que no volvería más por allí, ya que renunciaba a continuar con su investigación. ¿La causa? No había conseguido descubrir ni un sólo trucaje técnico. Abatido, les confesó que aquellas escenas de masas del No-Do, las de los fotogramas de decenas de miles de catalanes aplaudiendo a rabiar a Franco, resultaban ser... auténticas.

Hoy, el muy catalanista Borja de Riquer manifiesta en el muy sublime cuerpo de la noticia local que la ley es "claramente insuficiente". El muy digno don Borja se refiere, claro, a la Ley de la Memoria Histórica. Ocurre que el airado De Riquer exige a ZP que declare "ilegítimas e ilegales todas las resoluciones del aparato represor franquista" y que "mejore de la accesibilidad a los archivos históricos" para así perseguir sus desmanes con más eficacia. No quiere don Borja que ni un solo lacayo del autócrata ferrolano escapé a la justicia poética de su venganza retrospectiva. Ni uno.

Aunque, tras leer al exhaustivo inquisidor don Borja, la pregunta que cabe hacerse es: ¿para qué querrá más archivos el airado don Borja si aún está vivito y coleando su señor padre, el muy ilustre Martín de Riquer, que fue quien organizó personalmente el desfile del general Yagüe al mando del Tercio de Montserrat en la toma de Barcelona?

Cuánta razón tenía Cambó: siempre son los mismos.

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