Algo huele a podrido y no precisamente en Dinamarca. ¿Cómo entender que, a cuarenta y ocho horas de una huelga general, emerjan de esa fosa séptica que es la trastienda del felipismo las calaveras atormentadas de Lasa y Zabala? ¿O quizá hemos de admitir que el azar, siempre caprichoso, quiere verter un tonel de cal viva en la presentación de la hagiografía de Javier Solana, eterna esperanza blanca de Prisa y la vieja guardia? Brillan navajas cainitas tras las sonrisas de terciopelo y en la sinfonía del fuego amigo ya no crepitan, ¡ay!, inocuas balas de fogueo. Quién sabe, acaso algo haya de verdad en todos esos chismorreos de asonadas palaciegas.
Tal vez vayan a por él, a por Zapatero. Y de ahí, vomitiva, la halitosis moral de Amedo, Barrionuevo o Benegas, el hedor insufrible de la zahúrda de Mister X, ahora desprecintada desde el poder en defensa preventiva. Entre otras cosas, a fin de que pueda opinar Pajín, "prácticamente pequeñita" en la fecha de autos y, piadosa consecuencia, exonerada por nada saber del asunto. Una coartada enternecedora. Al efecto, repárese en que, cuando Franco, Leire no representaba nada más que el fatal destino de un pobre espermatozoide condenado sin remisión al oprobio. Muy precaria limitación biológica, la suya de entonces, que, sin embargo, jamás le ha impedido sentar cátedra a propósito de la dictadura y sus desmanes.
Al tiempo, y si en verdad existiese la conjura, se reabriría una querella que aún hoy mantiene escindidos a los expertos: la de discernir quiénes son más nocivos, los simples o los malvados. Recuérdese, sin ir más lejos, al Rey Sol. Gozosamente amancebado Luis XIV con una conspicua satanista, la siniestra madame Montespan, Francia conoció sus mejores días de gloria; desposado luego con la casta y piadosa madame d´Aubigne, la nación cayó al punto en la decadencia. La expulsión de los protestantes, primera medida que se atribuye a aquella santa mujer, sería el principio del ocaso. Ya lo formalizó Carlo Cipolla, el gran historiador, en axioma de universal validez: "Los tontos son mucho más peligrosos que los malvados, porque los malvados descansan de vez en cuando, los tontos jamás". Y aquí, el malo, convendría que nadie lo olvidase, es González.