Tengo observado que con el catalanismo tan fervoroso de la señora Chacón Piqueras viene a ocurrir lo mismo que con el del pobre José Montilla: por mucho que la mujer se esfuerce en sus rendidas soflamas identitarias, la cosa siempre suena igual que un japonés soltándose por bulerías. Así, al modo de lo que sucede con esos exóticos cuadros flamencos de Tokio o de Osaka que, de tarde en tarde, se dejan caer por aquí, la puesta en escena de Chacón resulta impecable. Como fiel a los cánones nacionalistas su interpretación, reproducción fidelísima del original convergente. No obstante, y a pesar del meritorio voluntarismo de la imitadora, algo indefinible, acaso la propia extravagancia del empeño, llama a la ternura del espectador, cuando no a un vago sentimiento de vergüenza ajena. Y es que ya lo dijo el clásico: "Lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible".
Gozosamente ajena a esa estridencia digamos plástica, a Chacón le ha faltado tiempo ahora para alardear de que su desprecio hacia nuestras leyes y tribunales no es menor que el de Mas o el de la Esquerra. Una repugnancia por el Estado de derecho que la ministra de Defensa ha querido hacer extensiva a "los politiquillos" que propiciaron la poda del Estatut en el Constitucional. Purga, por cierto, que jamás se hubiera producido de no ser por la genial clarividencia de los grandes estadistas del PSC, empezando por la de la propia Chacón. Y es que, considerando aún insuficiente la cantinela de la "lengua propia", se empecinaron en prescribir el "uso preferente del catalán" dentro del articulado del nuevo texto.
Oportunísima necedad que forzaría a los magistrados a entrar en el fondo del asunto. De ahí, demoledor, el veredicto final. Ése que reza inapelable: "las Administraciones públicas [...] no pueden tener preferencia por ninguna de las dos lenguas". Pues ello rompería el "equilibrio inexcusable entre dos lenguas igualmente oficiales y que, en ningún caso, deben tener un trato privilegiado [...] Solo los particulares pueden preferir una u otra de ambas. Y hacerlo, además, en perfecta igualdad de condiciones, lo que excluye que quienes prefieran el castellano hayan de pedirlo expresamente". Ah, los politiquillos de campanario de aldea y su torpeza providencial. ¿Qué haríamos sin ellos?