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José García Domínguez

Lo que se esconde detrás de Trump

Trump perderá, pero ha pinchado en hueso. Otros recogerán su bandera. ¿También aquí?

Si bien se mira, lo raro no es que alguien como Donald Trump lograse en su día la nominación del Partido Republicano y ahora ande luchando con el clan de los Clinton por la Presidencia, pese a todos esos reiterados esfuerzos a la desesperada del establishment en pleno, con la Prensa a la cabeza, para intentar defenestrarlo como sea. Al contrario, lo en verdad extraño es que aquí, en España, no haya surgido –¿aún?– nuestra propia versión doméstica y castiza de Trump. A fin de cuentas, Trump resulta ser cualquier cosa menos una de esas raras extravagancias locales norteamericanas que percibimos tan ajenas. Y es que cuanto políticamente representa en Estados Unidos ese fogoso tupé desbocado, lo que por pereza intelectual se ha acabado bautizando como populismo en los medios de comunicación, dispone de varias docenas de fotocopias que se parecen al original como gotas de agua en casi todos los rincones soberanos de este lado del Atlántico, llámense UKIP, Frente Nacional, Liga Norte, Forza Italia, Alternativa por Alemania, Nuevos Finlandeses, Partido de la Libertad…

Curiosamente, salvo en la Península Ibérica y Grecia, los únicos confines de la Europa Occidental que sufrieron la pervivencia de dictaduras filofascistas tras la posguerra, lo que encarna Trump, una novísima extrema derecha sin complejos y dispuesta a poner en cuestión el paradigma económico, político e ideológico sobre el que se asienta el proceso globalizador que apadrinan las élites políticas y corporativas, con particular énfasis las del ámbito cultural anglosajón, ha calado en el continente. Un paralelismo mimético, el que se observa entre el discurso del original yanqui y sus clones europeos, que igual se traslada a sus respectivos seguidores de a pie. La base sociológica que constituye el principal sustento de Trump en las urnas resulta ser calcada, absolutamente calcada, al electorado de sus muchos discípulos en Europa. Y algo importante –y grave– pasa cuando, en todas partes, un mismo tipo de gente comienza a seguir a un mismo tipo de líder al mismo tiempo. El grueso de los votantes de Trump resultan ser obreros blancos con escasa formación escolar, de mediana edad en adelante y con un nivel salarial relativamente bajo, si bien superior al habitual entre los empleados precarios y no sindicados del sector servicios de las grandes ciudades.

O sea, el mismo tipo de personal, absolutamente el mismo, que en Francia vota al Frente Nacional desde que la izquierda gala suscribió las premisas básicas del llamado Consenso de Washington (la última vez que los obreros industriales franceses apoyaron de forma mayoritaria a la izquierda en unas elecciones presidenciales fue en 1995). Pero es que los votantes del UKIP responden a similar retrato robot: obreros autóctonos y poco cualificados, de edad ya avanzada y perceptores de rentas más bajas que medias, pero aún por encima de las propias de otros estratos de asalariados con los que temen equipararse algún día no tan lejano. Porque el problema no es la vida sexual de Trump ni lo gañán que pueda llegar a lucir tanto en público como en privado. El problema es que la gran promesa de la globalización no se ha cumplido en Occidente. La globalización ha beneficiado a los pobres de los países pobres, sí, pero al tiempo está perjudicando, y cada vez más, a los pobres de los países ricos, sus primos lejanos. Por eso Trump, por eso Le Pen, por eso el UKIP, por eso Theresa May, por eso la xenofobia ubicua, por eso las doctrinas económicas proteccionistas levantándose, una tras otra, de sus olvidadas y polvorientas tumbas decimonónicas. Porque los acuerdos internacionales de libre comercio están muy bien, salvo cuando uno mismo se ve abocado a tener que competir con varios cientos de millones de indios o de chinos dispuestos a hacer el mismo trabajo, durante el doble de horas y cobrando la mitad. Entonces, la cosa cambia. Trump perderá, pero ha pinchado en hueso. Otros recogerán su bandera. ¿También aquí?

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