No saciados con la inminente prohibición de los toros, los pequeños polpotianos del tripartito se han propuesto acabar cuanto antes con el cine; un objetivo estratégico que pretenden coronar por medio de la norma pedánea que obligará a proyectar la mitad de las películas en la lengua propia de José Montilla. En fin, que la idea no es mala lo demuestran los primeros resultados empíricos del asunto.
Así, en la cuna del catalanismo más combativo, esto es, en el municipio de Cornellá del Llobregat, cero parroquianos acudieron a contemplar la versión vernácula de Lluvia de albóndigas. O, mejor dicho, Pluja de mandonguilles, no exactamente un remake de El séptimo sello, por cierto. Ni un alma. Nadie. Un hito más memorable aún si se tiene en cuenta que la entrada resultaba gratis total. Pero ni con ésas accedió el personal a tragarse las pelotitas normalizadas.
Aunque siempre podría aducirse que en Cornellá, como apenas llevan un cuarto de siglo sometidos a la inmersión, quizá no pillen el idioma. Sin embargo, en eso que TV3 llama "la Cataluña catalana" las cifras no resultaron menos esperanzadoras: sólo un nueve por ciento de los espectadores eligió las sesiones en catalán. Deserción popular ante la que el consejero de Cultura ha puesto el dedo en la llaga, señalando al único responsable del fiasco: el general Franco. Pues, como es fama, fue el Caudillo quien prohibió a Hollywood traducir todas sus producciones a los doscientos idiomas y cerca de dos mil dialectos que se hablan en Europa.
Un "déficit democrático" inadmisible que las autoridades locales se aprestan a corregir ahora por medio del preceptivo bálsamo libertario de siempre: amenazas, inspecciones, expedientes administrativos y multas. Al tiempo, y con tal de sosegar a los exhibidores llamados a la quiebra, el consejero les ha explicado un cuento chino que los malos economistas llaman "Ley de Say", la superstición de que toda oferta crea su propia demanda. Una ingeniosa fantasía según la cual hasta sería factible ganarse la vida vendiendo el diarioAvuien los quioscos. "¡Que la gente pueda elegir!", ha apostillado Tresserras, que por tal responde el susodicho. Con dosmandonguilles, sí señor. Aunque, ya puestos, sólo le ha faltado recitar su sarcasmo ante la puerta de un colegio.