Resulta que nuestro Joan (Sí, el que limpia las caquitas del gato en el ático de la Imma) padece la misma patología infantil que Jannette: él también es rebelde porque el mundo lo ha hecho así. Qué le vamos a hacer, es lo que hay. En consecuencia, te convoca una mani contra lo que sea cualquier kolectivo de airados imberbes y, a los cinco minutos, allí tienes al Joan, en primera fila, puño en alto y entonando las más tremendas consignas iconoclastas. Todo ello, claro, ante la atónita mirada de los maderos.
Y es que el Joan, entre otras obligaciones alienantes que le vienen impuestas por el sistema, resulta que, en sus ratos libres, ejerce de consejero de Interior y jefe máximo de la Policía catalana. Bien, descrito sumariamente su cuadro clínico, comprenderá el lector que nuestro héroe no se podía perder el magno aquelarre antijudio que se montó el sábado pasado en las calles del centro de Barcelona. Ése en el que un individuo encapuchado (qué envidia enfermiza debió sentir el Joan al verle el pasamontañas) exhibió lo que en apariencia era un arma de fuego, siempre ante la pasmosa indiferencia de los cuerpos de seguridad. Inaudita pasividad policial que el consejero de Interior ha justificado con un no menos asombroso "argumento".
"Sé distinguir una silla falsa [sic] sin necesidad de tocarla [requetesic]", le acaba de espetar al único periodista catalán que ha mostrado en público alguna perplejidad por el pasotismo de los Mossos. Una respuesta que, por lo demás, ha dado lugar a todo tipo de interpretaciones cabalísticas. ¿Apelaba el Joan a alguna ignota parábola mahometana? ¿Acaso era una máxima de Confucio? ¿Quizá era un mantra del Feng Shui? ¿Tratábase por el contrario de un homenaje a Forrest Gump? ¿Tal vez era el nuevo lema de la campaña de invierno de Ikea? ¿O simplemente, una invitación para que los ciudadanos nos cubramos el rostro y le apuntemos con una pistola, real o ficticia, cada vez que nos lo crucemos de tiendas con la Mayol por el Paseo de Gracia?
En fin, el propio Joan ha resuelto el enigma. Y es que, según reveló a continuación, la manifestación que él mismo autorizó por escrito, en realidad, no fue tal. Los treinta mil que acudieron a la tenida pensaban que se estaban concentrando a favor de los terroristas de Hamás y contra la democracia israelí. Lo creían los moros que agitaban el Corán con esa excitación febril del que exhibe un décimo premiado con el Gordo de Navidad. Lo creía Carod, que se apunta a un bombardeo con tal de salir en la foto. Lo creía Lluís Llach, voceras oficial del progrom. Lo creían los curritos de la base del PSC embutidos todos en suskifiasdel Todo a cien. Lo creía el fulano del antifaz y la pistola... Pero no. Mira por dónde, según el Joan, sólo se trataba de una "performance". Es decir, puro teatro. Una charlotada colectiva, vaya. Apenas una gansada escénica con tal de combatir el tedio de un sábado por la tarde.Animus Jocandique diría el clásico. Con un par.