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José García Domínguez

La Perona 3.0

Entre tanta infamia, al menos nos restará una enseñanza. El mantra indiscutido e indiscutible sobre la globalización que igual predican los progres y los anti-progres: el capital no tiene patria. Ya no.

Ocurrió el lunes, pero todo había empezado a incubarse mucho tiempo atrás, allá por 1946. En aquel entonces un coronel Perón muy joven, muy macho y muy deslumbrado por el fascismo de Mussolini, comenzó a gestar en su mente la fantasía de la Argentina-potencia. El delirio con el que conseguiría, primero él y luego sus espectros, emborrachar las conciencias de tantos descamisados –y descerebrados– hasta hoy mismo. Así, desde 1946 más de la mitad de los porteños sigue considerando que una mañana hermosa y soleada es un día peronista. Enfermiza, es la nostalgia por aquellos tiempos en los que la mitad del país se puso al lado de la pareja germinal, la misma que medio siglo después habría de clonarse en los Kirchner, en su incansable cruzada contra el sentido de la realidad.

También la añoranza por las jornadas luminosas en las que los salarios se doblaban de un día para otro por orden inapelable de Perón. Y la productividad se reducía a la mitad por capricho de la CGT. Añoranza de cuando los cabezas peladas coreaban en la Plaza de Mayo la más célebre consigna del movimiento: "Ladrón o no ladrón, queremos a Perón". Con semejante tropa, ¿cómo no entender el descaro, tan inaudito, de su expolio último? Decía Borges, y decía bien, que el peronismo encarna "la expresión política de las heces de la sociedad argentina". Repárese para el caso en la catadura moral del difunto Kirchner, la muy viva Kirchner, Carlitos Menem o el surrealismo con patillas, el propio Perón, las peronas, el Brujo López Rega, los montoneros, los otros carniceros de la Triple A...

Resulta evidente que, al contrario que la vista, el sentido del olfato no le falló jamás al maestro. Y no obstante, algo bueno ha tenido ese asunto, el del robo a Repsol. Entre tanta infamia, al menos nos restará una enseñanza. El mantra indiscutido e indiscutible sobre la globalización que igual predican los progres y los anti-progres: el capital no tiene patria. Ya no. Las grandes multinacionales se han emancipado, dicen, de sus países de origen; han roto todo vínculo de lealtad y dependencia con el viejo claustro nacional. En este tiempo nuevo, el D.N.I. del dinero carece por completo de importancia. ¡Ja! ¿Que el mundo es plano? Brillante majadería.

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