Aquel viejo liberal tan denostado, Lord Keynes, solía decir que el mundo, contra lo que creen los gnósticos y los conspiranoicos, está gobernado por muy poco más que las ideas. De ahí la importancia capital de los relatos. A su juicio, se acabará imponiendo quien disponga de la mejor narración, se ajuste o no a la realidad. El poder, para él, era en el fondo una cuestión de metáforas. Y no andaba demasiado lejos de la verdad. Lo sabía ayer Keynes y lo sabe hoy lo que queda de la izquierda; de hecho es lo único que sabe. Por algo el empeño de sus escribidores orgánicos para remendar un discurso ideológico de la crisis. Se trata de instalar en el imaginario la falacia de una socialdemocracia virginal. Otra víctima cándida y pura que nada habría tenido que ver con la secuencia de acciones y omisiones que llevó al colapso sistémico de 2008.
Según ese guión canónico, los malos, naturalmente, fueron los banqueros, las agencias de rating, los hedge funds y Wall Street. Esto es, los jinetes del Apocalipsis surgidos de la caja de Pandora abierta por Reagan y Thatcher con la liberalización del sector financiero. Un cuento de hadas enternecedor. Lástima que no se compadezca ni un milímetro con los hechos. Y sin embargo... funciona. Pues con el fervor del progresismo occidental por las desregulaciones de entonces ha ocurrido como con aquellas viejas imágenes de Trotsky cuando Stalin. Misteriosamente, su presencia ha sido borrada en todas las fotos de la época.
Así, nadie parece recordar ya la contribución de grandes líderes de la Internacional Socialista, como Jacques Delors o Michel Camdessus, a fin de facilitar los movimientos internacionales de capitales. O el papel decisivo del SPD y de ¡los Verdes! en la radical liberalización de la banca alemana. O la devoción cuasi religiosa del nuevo laborismo por la soberanía de los mercados. "La era de los auges y de las crisis ha pasado a la historia para siempre", llegaría a disparatar Gordon Brown. Por no mentar, en fin, aquel "gato blanco, gato negro, lo importante es que cace ratones", el que prorrumpiera González tras ser acusado de seguidismo con la derecha thatcherista. Y es que el doctor Pangloss era ambidextro. Hasta hace cinco minutos, claro.