Hace algo así como un par de años, Mònica Terribas, comisaría periodística suprema de Catalunya Ràdio, la emisora oficial del Movimiento, esa misma Terribas que espía y persigue a los guardias civiles que defienden la Constitución en Cataluña para facilitar la localización precisa de sus vehículos a los grupos de choque de la ANC, ordenó ofrecer los micrófonos de la radio pública catalana a un buen amigo y compañero de militancia de su propio padre, el sindicalista Jaume Terribas. El colega del padre resultó ser el actual jefe de un sindicato local, volcado con la causa del separatismo. Por más señas, una organización de implantación casi exclusiva entre los funcionarios de la Generalitat que en su día respondió por S.O.C (Solidaridad de Obreros Catalanes) y que más tarde fue rebautizada con el nombre de Intersindical. El padre de la comisaría Terribas, pues, había precedido al individuo en cuestión en el puesto de mando de esa gremial doméstica. Un asunto para nada merecedor de particular mención si no fuera por el pequeño detalle de que el amigo del padre y de la hija resulta ser un asesino. Un criminal convicto y confeso que en su día cometió tres crímenes impregnados de una saña sádica inaudita incluso si se la compara con la praxis de los peores matarifes del terrorismo contemporáneo. Pues el beneficiario de la generosidad de la comisaria Terribas no fue otro que el salvaje que mató al señor José María Bultó, un anciano a quien únicamente ansiaba robar, el móvil de su crimen tal como el propio verdugo admitiría ante la policía, luego de hacer que su cuerpo todo reventara tras adosarle un explosivo en el pecho. No satisfecho aún con su hazaña, poco después mató por idéntico procedimiento a otros dos ancianos, el señor Viola Sauret y su esposa, la señora Montserrat Tarragona.
Cuando el primer crimen del interlocutor de Terribas, el del señor Bultó, la prensa publicó que los bomberos del Ayuntamiento de Barcelona necesitaron emplearse a fondo durante un día entero a fin de poder extraer todos los fragmentos del cadáver, que habían quedado incrustados a decenas en las paredes y techo del escenario de aquella barbaridad. No obstante lo cual, Terribas, la hija de su padre, considera de gran valor cívico y formativo, según ha demostrado, difundir las opiniones que pueda verter en los micrófonos institucionales de la Generalitat ese asesino en serie, un psicópata llamado Carles Sastre. Como si el sucesor y colega del padre de Terribas hubiese hecho algo más merecedor de recuerdo a lo largo de su sórdida vida que matar con encarnizada saña simiesca a tres desvalidos septuagenarios. Esa otra criatura ruín, amoral y extraviada, la comisaria Terribas, ahora mismo enfrascada en labores de comando informativo para señalar objetivos uniformados a los chicos de Jordi Sánchez, también pasará a la pequeña historia catalana de la miseria moral, igual que su admirado amigo el carnicero. Si tienen ocasión de verla en la televisión de los separatistas, reparen en su mirada gélida, de fanática iluminada, de loca por la causa, de ida. He ahí el rostro genuino de la revolución de las sonrisas.