A José Bono y de las JONS, ya saben, el chico de Pepe el de la tienda, eso de la división de poderes le ha de sonar como a cosa de liberales, masones y demás ralea. Por lo visto, al hijo de Pepe –el de la camisa azul y el correaje– le sucede como a Gombrowicz, que abandonó la abogacía, su profesión, y Polonia, su patria, tras confesarse incapaz de distinguir a los jueces de los criminales. Pues barrunta la tercera autoridad del Estado que los más altos tribunales del Reino yacen sometidos a una vil recua de corruptos; viejos facciosos todos, añejas rémoras de cuando en el ultramarinos del camarada Pepe nunca se ponía el sol. Y así se lo acaba de sugerir a un cuate suyo, cierto Garzón reo de turbios patrocinios, en muy empalagosa misiva pública.
A los reyes es fama que su oficio les obliga a ser monárquicos; sin embargo, a los vendedores de mantas de Palencia y a los rancios demagogos de secano, como el zagal de Pepe, nada ni nadie les impone honrar la dignidad institucional que en algún instante de sus vidas pudieran ostentar. A fin de cuentas, ellos constituyen el testimonio andante de que algo hay más bajo aún que la corrupción económica: la corrupción moral. "Yo no tengo ninguna razón para callar", predica quien debiera ser garante mudo del respeto al Estado de derecho y la legitimidad de sus órganos jurisdiccionales. Alguna razón debe tener, pues, Bono para saltar justo ahora con ese furor verborreico e iconoclasta.
No obstante, a quien ya no ampara excusa alguna con tal de persistir en silencio es al Congreso de los Diputados. Al cabo, las rastreras insinuaciones contra el Tribunal Supremo de su presidente salpican al hemiciclo todo. "Ahora te quieren condenar", escribe el condenado. "¿Tu suerte hubiera sido la misma si tu empeño hubiera caminado ideológicamente en sentido contrario?", remacha, ufano, el ilustre calumniador. Con la excepción de ese fantoche tropical, Chávez, y sus émulos domésticos del tripartito, ¿cabe imaginar proceder parejo en una nación civilizada? El vástago de Pepe –el del yugo y las flechas– ha manchado de bilis la sede de la soberanía nacional. Y allí debe ser reprobado. Es de justicia