Alguien tenía que pagar. Y parece que va a ser Matas. La calle, esa misma calle que hace un cuarto de hora les reía las gracias al palomo de la Pantoja – Julián creo que le dicen – y demás quinquis consistoriales, clama ahora justicia. La calle, es sabido, no entiende de sutilezas analíticas ni de arcanos macroeconómicos. En el teatrillo de guiñol que conforma la opinión pública hay demanda de chivos expiatorios, de costaleros que carguen con la penitencia de la crisis. Empleo para el que todos los quinces emes han convenido en señalar a un candidato común: la política y los políticos. Dictada pública sentencia pues solo restaba dar con algún reo de cargo.
Y en esto que apareció ese don Jaume de la triste estampa alardeando de escobillas de váter. Recuérdese, don Jaume solo gasta las más mejores que hayga que en el mercado mundial. Cosas de nuevo rico celtíbero. Y para mí que ahí se labró la ruina el hombre. España, que posee unas tragaderas infinitas con la coima administrativa, no tolera, sin embargo, ciertos alardes escatológicos. “Sa Nina”, María Antonia Munar, la princesa de los labios de fresa de la cleptocracia balear, se mercó una nevera industrial a fin de conservar fresquitos los visones. Pero, al menos, no se le ocurrió pasarnos la escobilla por la cara. Más que por corrupto, Matas es carne de presidio por hortera.
Un asunto, el del trullo, que hará correr ríos de tinta neocalvinista. Aunque, contra lo que presume el puritanismo ambiente, la deshonestidad no es el sino fatal de nuestra cosa pública. Como tampoco la corrupción está inscrita a fuego en el ADN peninsular. El problema no son ni los jaumes ni los iñaquis, sino la impune patrimonialización de las administraciones . El reparto del botín institucional entre partidos y militantes, he ahí la condición sine qua non que ha garantizado el expolio a calzón quitado de ayuntamientos y comunidades. Inexplicable lo de Matas & Cía. sin contar con una densa red de anuencias cómplices. Silencios que solo la ecuménica disciplina cuartelera que rige dentro de los partidos podría garantizar. Profesionalícese de una vez la función pública. Mientras no se haga, dará igual a cuantos horteras de bolera (o de velódromo) metamos entre rejas.