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José García Domínguez

Ha ganado Le Pen

Lo más revolucionario que ha hecho Hollande en toda su vida ha sido pasear en bici por las Tullerías.

Su abstención ha decidido. Nadie se engañe, la genuina vencedora de la votación del domingo ha sido Marine Le Pen. El populismo y su eterno corolario, la demagogia. El ofrecer sencillas y milagrosas soluciones que se saben falsas a un público que se sabe ignaro, receta infalible en tiempos de crisis, ha reabierto, tantos años después, la caja de Pandora en Francia. La definitiva eclosión del Frente Nacional, ya lanzado a hurtar la hegemonía dentro de la derecha a los demócratas, augura un desastre no solo para el país, sino para toda Europa. Al punto de que la tercera vuelta, esto es, las legislativas de junio, pudiera retrotraernos al escenario fantasmagórico de los años treinta, con el espectro de la Action Française de Charles Maurras sentando sus reales en un nuevo Vichy.

E, igual que entonces, extendiendo su influjo al resto del continente, desde Madrid hasta Budapest. Algo que, paradojas de la política, acaso rompiera el bloque de la austeridad que hoy capitanean los talibanes de Berlín. No sería la primera vez. Ocurrió algo similar también en los treinta. Al cabo, el New Deal de Roosevelt únicamente se consumó gracias al miedo. El miedo a un antisistema que respondía por Adolfo Hitler. Porque fue el gasto militar desbocado –y no la persuasión de Keynes– quien acabó con la Gran Depresión. El miedo hizo ceder a los republicanos alérgicos al déficit. Y el miedo podría obrar idéntico milagro con Merkel. De ahí, por cierto, la célebre broma de Krugman, la de la necesidad de una invasión alienígena, que aquí nadie ha entendido aún.

En cuanto a ese Hollande, apenas un azar, la imprudencia contumaz del siempre erecto Strauss Khan ha acabado depositándolo en el Eliseo. Apparatchik por todo oficio y paradigma de la izquierda caviar, Hollande encarna la muy retórica nada que sucedió al programa rupturista del primer Mitterrand. Desde aquel espejismo, y tras el fracaso clamoroso de la tentación gauchista, el PSF es tan establishment como el más vulgar partido de centro-derecha al uso. Al respecto, lo más revolucionario que ha hecho Hollande en toda su vida ha sido pasear en bici por las Tullerías. Bien poco procede temer, pues, de los fuegos de artificio con que ha iluminado su programa doméstico. Meros placebos electorales que, al final, quedarán en el olvido. Y si no, al tiempo. Pierde Francia. ¿Ganará Europa?

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