En El Cairo, en Túnez, en las callejuelas de Trípoli, en el Magreb todo, retorna la Historia al viejo escenario ensangrentado del que un día pretendió expatriarla aquel ingenuo de Fukuyama. Y al tiempo, se diluye en la nada de las jeremiadas humanitarias la suprema quimera geoestratégica de Europa, su cándida fe del carbonero en las formas posmodernas, blandas, de la coerción económica como alternativa imposible a la desnuda brutalidad de la fuerza. Esa gran falacia que aún encabeza los cuentos de hadas en su jardín de infancia continental, la que pretende crear un orden democrático en el planeta gracias a la magia de las ideas. Únicamente.
La misma, por cierto, que ahora ansía frenar los tanques de Gadafi con bellos mensajes en Twitter a propósito de la libertad y conmovedores alegatos en Facebook sobre las innúmeras virtudes de la tolerancia volteriana. Y es que adolescente alguno comprende que solo porque los adultos no conceden imitarlo le cabe creerse moralmente superior. Tras abandonar esa edad de la gozosa ceguera, reparan en que les fue posible jugar a saltar sin red porque otros, más responsables, se preocuparon de que sí la hubiera. Aunque ya será tarde. Al respecto, el desarme tanto militar como, sobre todo, psicológico de Europa frente a los riesgos del mundo posterior a la Guerra Fría arrastra mucho de esa mentalidad pueril.
Así Zapatero y su bucólica Alianza de Civilizaciones. Aunque no solo él. Europa entera cree posible ser una potencia global renunciando al presupuesto militar que corresponde a una potencia global. Ha querido convencerse de que una menestra de diálogo y comprensión –más unas potas gotitas de regateo mercantil– esconde la panacea para extinguir cualquier incendio en el orden internacional; siempre a la espera de que algún mayor de edad se apiade de ella y le revele de una vez que el Poder es la capacidad de conseguir que los demás hagan lo que uno quiere y de evitar que hagan lo que ese mismo uno no quiere. Pero, sobre todo, ha sido capaz de enrocarse en esa fantasía sin reparar en que si Norteamérica la emulara, su pequeño paraíso autista ya hubiese sido borrado de la faz de la Tierra. Hace muchos años, por lo demás. ¿Gadafi? Nada debe temer... de nosotros.