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José García Domínguez

Félix Millet y los 40 separatistas

"Puto o ladrón, queremos a Perón", berreaban siempre los peladitos. Y los catalanistas, desengañémonos, son iguales. Patriótica carne de cañón.

"Puto o ladrón, queremos a Perón", berreaban siempre los peladitos. Y los catalanistas, desengañémonos, son iguales. Patriótica carne de cañón.
Félix Millet, en imagen de archivo | EFE

"Fui a ver al señor Millet porque unos amigos me dijeron que era un mecenas. Y él me pagó porque me avalaba mi trayectoria nacionalista", depuso en su día ante la comisión del caso Palau en el Parlament Àngel Colom i Colom. El mismo Colom i Colom que fundara la Crida junto con su por entonces inseparable cuate Jordi Sánchez. El mismo que poco después ocuparía la secretaría general de la Esquerra hasta su defenestración por Carod. El mismo que acto seguido pasaría a fundar, en comandita con Pilar Rahola, un efímero Partit per la Independència, submarino instrumental auspiciado por los convergentes aún hegemónicos para tratar de frenar el ascenso imparable de la nueva ERC de sus verdugos en el cargo. El mismo que más tarde devendría asalariado de CDC, ya de forma pública y abierta, en funciones de chico para todo. El mismo, en fin, que ahora ha consolidado una nómina de catorce pagas en el departamento de fontanería y reparaciones de urgencia del PdeCAT. Y es que Colom i Colom, un antiguo seminarista montserratino pronto reconvertido en salvapatrias profesional a jornada completa, también resultó ser, al igual que el nuestro BUP de cuando antes, polivalente.

Así las cosas, el muy desprendido mecenas Millet, solo verlo entrar por la puerta de su despacho, le regaló un talón al portador que cubría la totalidad de las deudas del PI, aquel chiringuito creado por ver de salvar de la decadencia cierta al tardopujolismo crepuscular que ya dirigía el hoy difunto Artur Mas en calidad de valido, delfín, tapado y hereu del Gran Ladrón y familia. A golpe de talonario, es sabido, se construyen las naciones de la Senyoreta Pepis. Pero ahora resulta que nadie en la Ciudad de los Prodigios conocía a Millet. Por lo visto, nunca nadie en la buena sociedad barcelonesa había oído hablar de él. De ahí las riadas de compungidas lágrimas de cocodrilo que inundaron las páginas de la prensa del Régimen cuando la Hacienda (española) y la Justicia (española) destaparon el asunto de la trama catalanista que usaba el Palau para blanquear las coimas del 4% (el 3% ya les parecía poco a los nois del procés). Y eso que Millet, antes incluso de que se hubiese puesto en marcha la cleptocracia africana de la Generalitat restaurada con Pujol, ya era un notorio gángster fichado por la policía (también la de Madrit, huelga decir) que no sólo había estado implicado en estafas financieras de guante blanco, sino que incluso había pasado, allá a finales de los setenta, una temporada larga alojado en una celda de la cárcel Modelo de la calle Entenza.

Tan notorio resultaba para todo el mundo que Millet era un delincuente común, salvo –claro está– para las almas cándidas de la buena sociedad nacionalista y sus palmeros mediáticos, que hasta la mismísima Sindicatura de Cuentas de la Generalitat remitió un informe oficial al Parlament en 2002 alertando de que algo apestaba a podrido en la contabilidad del Palau. Sí, en 2002, ocho años antes de que la Policía española, a las órdenes de un juez español, entrara con una orden de registro también española en la cueva de los muy melómanos salteadores de caminos del PDeCAT. Más perdamos toda esperanza. "Puto o ladrón, queremos a Perón", berreaban siempre los peladitos, la base sociológica del justicialismo, ante su caudillo delante de la Casa Rosada. Y los catalanistas, desengañémonos, son iguales. Patriótica carne de cañón.

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