Pese a ser hombre dotado de una inteligencia natural muy superior a la del resto de sus competidores, o quizá por eso mismo, Miquel Iceta acaba de recuperar para la daltónica izquierda catalanista aquel estandarte medieval que enarboló el pujolismo ya en su fase última de descomposición agónica, el que vindica un fuero fiscal más o menos parejo al vasco. A los micronacionalistas y a sus satélites intelectuales, llámense Iceta o Domènech, siempre les posee la afición a esos estériles ejercicios de mezquindad colectiva que han dado en llamar balanzas fiscales. Así, y exactamente igual que a Puigdemont, a Junqueras y al resto de los separatistas explícitos, a Iceta le inquieta sobremanera cada euro local que migra hacia el resto de España en concepto de transferencias tributarias. Porque los micronacionalistas y sus afluentes morales, es sabido, solo han oído hablar de una única balanza, la fiscal. De la otra, la comercial, ni saben ni quieren saber. De ahí que, víctimas intelectuales de su miserable egoísmo particularista, no semejen capaces de comprender que la riqueza relativa de Cataluña dentro de España ha dependido siempre, antes y ahora, de la existencia del déficit fiscal. Porque Cataluña, al igual que Madrid, se puede permitir ser un territorio rico (todavía) no pese a su innegable déficit fiscal, sino precisamente gracias a él.
Dicho de otro modo, si no soportasen sus flujos negativos de recursos tributarios hacia otras regiones, tanto la riqueza diferencial de Madrid como la de Cataluña resultarían insostenibles a medio plazo. Y ello por un razón no muy difícil de entender. Y tampoco de explicar. Ocurre que Cataluña compra cada año productos en el extranjero por un valor superior al de sus exportaciones al resto del mundo. En concreto, los ciudadanos de Cataluña incurrimos en un déficit de alrededor del 6% en nuestra balanza comercial con el resto del mundo. No hace falta ser economista para intuir que eso no se puede hacer durante mucho tiempo. Y sin embargo, los ciudadanos de Cataluña lo hacemos desde hace décadas. Y sin ningún problema. ¿Por qué lo podemos hacer? Pues nos podemos permitir ese desajuste crónico porque la diferencia nos la aporta el resto de España al comprar nuestros productos. Sí, querido Miquel, es España la que hace posible que tú y yo disfrutemos de productos americanos, franceses o alemanes que la economía catalana no podría costear por sí misma, so pena de terminar incurriendo en una suspensión internacional de pagos.
Es tan simple como que el superávit comercial con el resto de España compensa cada año el déficit paralelo que mantenemos con el extranjero. Vendemos más a Andalucía y a Galicia de lo que Andalucía y Galicia nos venden a nosotros. Y con esa diferencia pagamos nuestras compras a Alemania o Inglaterra. Así de fácil. Pero, Miquel, ¿imaginas qué ocurriría si no existiese el déficit fiscal que tanto os obsesiona desde siempre a los del PSC y a los separatistas? Pues pasaría que Andalucía y Galicia perderían de golpe parte de ese poder de compra agregado que les permite adquirir nuestra productos. En consecuencia, nuestro superávit comercial con ellos se iría al garete. Y sin ese superávit, caro Miquel, ¿quién iba a financiar nuestras compras en el exterior? ¿No te das cuenta, tú que eres bastante más listo que toda esa tropa de los separatas, de que los ciudadanos de Cataluña nos estamos ayudando a nosotros mismos cada vez que transferimos un euro de nuestros impuestos a Andalucía o Extremadura? Miquel, es una pena que dejaras la carrera sin haber pasado de primero de Económicas. Sin acritud te lo digo.