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José García Domínguez

¿España nos roba, Alicia?

La señora Sánchez Camacho ha terminado creyéndose una de las mentiras más flagrantes de CiU, la de los 'límites a la solidaridad'.

La señora Sánchez Camacho ha terminado creyéndose una de las mentiras más flagrantes de CiU, la de los 'límites a la solidaridad'.

Esta semana que andamos de vísperas patrióticas, no estaría de más que la señora Sánchez Camacho echara un vistazo a la gloriosa Constitución de Cádiz. Aunque sólo fuera para recordar lo que establece en su artículo 339, el que reza así: "Las contribuciones se repartirán entre todos los españoles en proporción a sus facultades, sin excepción ni privilegio alguno". Y es que, hasta hace un cuarto de hora, todos los españoles que se quieren herederos del espíritu liberal de aquellos rebeldes encerrados en la iglesia de San Felipe Neri compartían, sin excepción, una idea muy simple. A saber, que son las personas y no los territorios quienes abonan los impuestos. Interrogarse, pues, por los saldos fiscales entre regiones era como preguntar cuántos goles se han metido en una corrida de toros, tal como alguna vez sentenció Jordi Sevilla.

Hasta hace un cuarto de hora, decía, los liberal-conservadores españoles asentían al principio de que, en un sistema fiscal progresivo, los ricos pagan más que el resto no porque vivan en el barrio de Pedralbes de Barcelona, o en el de Puerta de Hierro de Madrid, sino por razones que tienen que ver con la justicia y la equidad. Lo mismo que sucede con los pobres, de ahí que paguen menos tanto si sobreviven en algún suburbio de Hospitalet del Llobregat como si moran, pongamos por caso, en el término municipal de Iznájar. Pero eso solo fue hasta hace un cuarto de hora. Porque resulta que la señora Sánchez Camacho ha terminado creyéndose una de las mentiras más flagrantes de CiU, la de los límites a la solidaridad. Esa falacia según la cual en Alemania existiría un límite legal a las transferencias fiscales entre los Länder. Así, una imaginaria cota máxima del 4% del PIB regional limitaría esos traspasos.

Ocurre, sin embargo, que la tal cota germánica resultó ser un burdo enredo de los nacionalistas. Un invento, otra trola. Por lo demás, con Convergencia subida ya al monte del independentismo, esa idea, la del límite legal a la solidaridad, únicamente figura en el programa de los xenófobos de Liga Norte y del… PP de Cataluña. Nadie más postula eso. Si el modelo que defiende para España la señora Sánchez Camacho resulta ser el de Umberto Bossi y su Padania, adelante. Pero si lo que ansía es apaciguar a la fiera, mejor será que olvide esas ocurrencias marxistas. Marxistas, sí. Porque marxista es creer que el motor último que impulsa al nacionalismo obedece a intereses económicos. En 1934 España aún era un paraíso fiscal, un inmenso Gibraltar, y Companys proclamó igualmente el Estado catalán. Como lo volverá a proclamar Junqueras, nadie lo dude, en cuanto acceda a la Presidencia de la Generalitat. Un instante que no habrá de tardar, por cierto. Aunque, mientras llega, mejor haría la derecha española no legitimando en público la consigna más cara a los secesionistas: Espanya ens roba!

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