Por si usted, lector, aún no se hubiera enterado de la buena nueva, le informo de que la Gran Recesión, el segundo mayor colapso sufrido por el modo de producción capitalista a lo largo de su historia, se acabó este fin de semana. Según parece, el gozoso acontecimiento ocurrió en algún momento entre la madrugada del sábado y el amanecer del domingo 20 de octubre. En consecuencia, y a partir del mismo lunes, sepa que seremos felices y comeremos perdices, tal como se han encargado de explicarnos los voceros de los poderes más o menos fácticos de la economía española durante los últimos días. Por lo demás, que la gran noticia haya trascendido a apenas veinticuatro horas de que el ministro Montoro tenga que defender los Presupuestos en el Congreso únicamente cabe atribuirlo al azar. Al azar y solo al azar. Ha sido una simple coincidencia del tipo de las que el afamado gurú Taleb llama "cisnes negros".
Huelga decir que usted, amigo lector, no consigue entenderlo, pues carece de los muy sofisticados conocimientos financieros imprescindibles a fin de atisbar el futuro radiante que nos espera tras la espesa niebla de su prosaica realidad cotidiana. Usted, en su ignorancia supina, cree que todo va mal únicamente porque ve con sus propios ojos que todo va mal. Y es que, al no haber alcanzado las enseñanzas del último Premio Nobel de Economía, Eugene Fama, desconoce que la Bolsa es como el oráculo de Delfos: no se equivoca nunca. La gran idea de ese Fama, el supremo hallazgo teórico que le ha valido un Nobel, es precisamente ésa. Si la Bolsa sube, pues, no hay nada que discutir: todo va bien. Y la Bolsa española ha dado en pegar un estirón, ergo…
Detrás de la euforia impostada a propósito de una inminente recuperación económica no hay nada más que esa sentencia de patio de colegio. Absolutamente nada más. La Bolsa va bien, luego todo va bien. Eso sí, las expectativas de beneficio de las empresas siguen escarbando bajo el subsuelo; el mercado interior continúa arrasado tras lo que eufemísticamente llaman "devaluación interna"; la inversión productiva, ni está ni se la espera; y la balanza comercial se ha equilibrado por razón tan deprimente como que ya casi nadie se permite alegrías con los productos de importación. No importa, el Doctor Pangloss de La Moncloa ha dictaminado que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Bienvenidos a Jauja.