Nunca como en esta campaña las oligarquías de los partidos turnantes se habían atrevido a exteriorizar, ya sin disimulos ni ambages, su infinito desprecio hacia eso que insisten en llamar ciudadanía, pero consideran plebe, chusma en el sentido literal del término. Así, imposible descender de ese grado cero de la inmundicia intelectual donde hoy habitan, felices, sus supremos estrategas electorales.
Cada día, un nuevo vídeo diseñado para su exclusivo consumo por débiles mentales. Cada hora, una nueva marrullería barriobajera, cuanto más zafia mejor, con tal de denigrar al adversario. Cada minuto, otra reyerta a berridos, el enésimo guirigay de taberna portuaria repleto de bazofia retórica, descalificaciones ad hominem, consignas mil con destino a los hooligans más descerebrados de las dos aficiones y, sólo si quedara algo de tiempo, un muy somero surtido de trivialidades, única concesión al común. Cada instante, una nueva frasecita ingeniosa, a ser posible un pareado, que ayude a tapar la clamorosa, obscena, impúdica ausencia de ideas durante un momento, el tiempo justo hasta que a los publicistas se les ocurra la siguiente payasada. Cada segundo, en fin, un nuevo insulto a la inteligencia del silente y soberano auditorio.
Y no es que aún soñemos con quimeras peregrinas. Al contrario, lejos de nosotros la tentación de reclamar a los partidos argumentos racionales y pedagógicos que sirvieran para ilustrar a opinión pública, dándole a conocer las discrepancias programáticas entre los distintos aspirantes enfrentados. Eso, bien lo sabemos, supondría caer en el infantilismo más utópico. Y nosotros, ¡ay!, estamos de vuelta de todos los mayos: nunca más pediremos lo imposible. Modestamente, sólo aspiramos a que se nos exonere de seguir siendo vejados con inmisericorde saña durante las dos semanas de penitencia estética que preceden a la jornada electoral. Sólo eso. ¿Es acaso tanto ansiar?
Pues se ve que sí. De ahí, quizá, que nos adviertan, graves, que el ochenta por cierto de todo cuanto se aprueba en las Cortes es mero acatamiento a lo acordado en el Parlamento Europeo y, sin solución de continuidad, indiferentes, den en perorar otra vez sobre sus manidas cuitas domésticas de siempre. Lo dicho: nos tienen por imbéciles.
Prevén que la abstención rondará el sesenta por ciento. Esperemos que esa estimación no se confirme: aún sería muy poca.