Si en la Rusia de los sóviets estaba Kruschev, que se sacó el zapatón en la ONU, en el país petit tenemos a Fernàndez –así, con ese acento abierto tan improbable–, el que amagó con lanzarle la alpargata a Rato. Aunque salta a la vista que nuestro rebelde sin causa, tan adicto él a las camisetas imperio y los aretes perrofláuticos, no ha leído mucho a Marx. En cambio, se sabe de memoria la filmografía completa de Chuck Norris. Lo revela el melodramático "nos veremos en el infierno" que le espetó al expresidente de Bankia. Supremo clímax escénico que a buen seguro había ensayado una docenas de veces frente al espejo del cuarto de baño antes de la representación final en el Parlament.
Porque ni Mao, ni Lenin, ni Stalin ni Trotsky, con quien de verdad se identifica el airado Fernàndez es con el Robert de Niro de Taxi Driver. Acaso con la única salvedad de que, mientras que el otro apuntaba con un Colt 45 en sus fantasías justicieras, Fernàndez, más prudente, esgrime una espardeña desgastada a modo de misil. El Yoyas de la CUP presume de ser un antisistema, un heterodoxo que no se pliega ante los convencionalismos burgueses y los formalismos hipócritas del establishment. Pero se engaña. Bien al contrario, el Nen de la Chancleta está tan integrado en el permanente show de la democracia mediática como el que más. De ahí que, al igual que su alter ego de Gran Hermano, se preste gustoso a hacer el payaso ante las cámaras de la televisión cuantas veces se tercie.
Dios me libre de poner la mano en el fuego por Rodrigo Rato, por Narcís Serra o por el resto de cajeros quebrados que, en el más piadoso de los supuestos, acreditaron su olímpica incompetencia a la hora de administrar el ahorro ajeno. Pero precisamente para eso están los jueces. Y es que en un Estado de Derecho no caben ni los autos de fe de la Inquisición, ni los tribunales populares de Pol Pot ni las amenazas de chuloputas de barrio que se gasta el tal Fernàndez. Ninguna persona honorable debería prestarse a comparecer ante el Parlament de Cataluña mientras ese Savonarola de medio pelo siga campando a sus anchas ante la complicidad silente –y acongojada – del resto de la Cámara. Porque tú sí que eres un gangster, Fernàndez.