Con el preceptivo alivio, acuso recibo de que Ernest Benach no quedará expuesto a la cruda intemperie después del descalabro de la Esquerra tal como temíamos los no avisados. Así, la Generalidad, siempre previsora por ventura, tiene establecido de antiguo un estipendio de 104.000 euros anuales en atención a los servicios prestados por los ex presidentes de la asamblea doméstica. Una cortesía de la que Benach habrá de disfrutar a lo largo de los próximos cuatro ejercicios. Aunque no concluirá ahí el agradecimiento de los contribuyentes a su ímproba labor por Cataluña. Pues, como no podía ser menos, a través del oportuno decreto igual se habilitó una pensión vitalicia de 78.000 euros al año, compatible con cualquier otra renta pública o privada, que recaerá en el mentado una vez alcanzada la edad de jubilación.
Magra paga, si bien se mira. Sobre todo, considerando el trajín padecido por ese varón de formación platónica –como el filósofo de Atenas, Benach elaboró su pensamiento en un jardín–. Y es que, por imperativo de la alta responsabilidad caída sobre sus espaldas, se vería forzado a emprender setenta viajes internacionales a los más remotos confines del planeta. En agotador promedio, 1,6 desplazamientos fuera de España al mes. Una obligación extenuante para cualquiera, por mucho que en el empeño Benach se hiciera auxiliar, como es natural, por una nutrida comitiva de asistentes, secretarios, voceras, traductores, cocheros, pajes, ayudas de cámara et altri.
De Italia a Japón, de Australia a Polonia, de París a México, de Corea del Sur a Toronto, de California a Bulgaria, de Argentina a Nueva York, no hubo rincón del globo que pudiera rehuir visitar junto a su innúmera escolta. Tal ha sido el vía crucis del que acaba de ser exonerado por los electores. Un sacrificio, el suyo, que encima chocó con la incomprensión del común. Repárese en el sentido de profundis que no ha mucho publicó en su blog. "Mis tareas como presidente del Parlament exigen el uso de determinadas infraestructuras que en ningún caso pueden ser consideradas un capricho personal", escribiría, dolido, tras instalar en la infraestructura Audi A8 un reposapiés, una tele extraplana, y una mesita plegable donde poder merendar como un señor. Lo dicho, un vía crucis.