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José García Domínguez

El rescate

A nadie se debería impedir que, si así le place, practique el triple mortal con tirabuzón. Igual que nadie debiera esperar del prójimo que, en tal caso, le costeara la red.

De ser cierto lo que gritaba la portada dominical de El Mundo, repatriar –con perdón– a los alterturistas apresados en territorio de guerra bajo control de Al Qaeda costará al erario del Estado español el equivalente a cinco lanzas indígenas, como ésa que adorna el comedor del domicilio particular de Carod en Tarragona. Por cierto, ¿bajo qué discretas faldas debe andar escondido el gallardo canciller de Liliput estos días? Y sus decenas de flamantes embajadores esparcidos a lo largo y ancho del universo mundo, ¿qué se fizieron? ¿Qué fue de tanto galán? ¿Qué de tanta invención como truxieron? ¿O acaso, honorable vicepresident, sólo somos una nación cuando de pasar al cobro por caja se trata? 

Cinco millones de dólares, decía, que la hacienda del Reino de España habrá de hurtar a otros usos perentorios con tal de nacionalizar la muy alegre irresponsabilidad privada de unos veraneantes ociosos. Recuérdese al respecto que la Secretaría de Estado norteamericana advirtió por activa, pasiva y perifrástica del riesgo extremo que implica acercarse a esa zona. Nada, como si oyeran llover. Al cabo, ¿quiénes se creerán que son los yanquis para dar lecciones a unos progres de Barcelona capitaneados por la legítima de Jordi Hereu?

Por lo demás, y en otro orden de necedades, poco se ha reparado en el efecto llamada que comporta una cadena de atracos impunes –piénsese en el parné aún fresco del Alakrana– como ésa que comienza a ser rutina nacional. Es sabido, la humana tontería no conoce límites. Pero sí, por el contrario, las cuentas bancarias de los –y las– afectados. De ahí que a nadie se debería impedir que, si así le place, practique el triple mortal con tirabuzón. Igual que nadie debiera esperar del prójimo que, en tal caso, le costeara la red.

Adelántese, pues, ese dinero del rescate, el que servirá para financiar nuevos crímenes del terrorismo islámico. Pero, sin solución de continuidad, exíjanse garantías patrimoniales a los beneficiarios con tal de que sea retornado al Estado hasta el último céntimo empeñado en la maldita broma. O, en su defecto, que el Kissinger de Perpiñán corra con la responsabilidad civil subsidiaria de todas esas hazañas del Coronel Tapioca que patrocina la negligencia dominguera de sus oenegés. Qué menos.

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