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José García Domínguez

El 'pueblo' contra los partidos

El descrédito de la política y los políticos ha terminado por contagiar del sarampión sesentayochista hasta a la derecha de toda la vida.

A principios de los años cuarenta, aquella chica de semblante serio y hondas convicciones políticas, la hija del tendero de Grantham, se ganaba la vida analizando al microscopio la composición química de los rellenos de nata de una conocida marca de helados. Y es muy probable que así hubiera transcurrido su paso por la Tierra de no haber concurrido dos circunstancias azarosas. La primera, que el partido laborista, entonces en el poder, decidiera elevar de 600 a 1.000 libras esterlinas anuales el sueldo de los diputados, algo que permitió vivir de la política a los que no fueran rentistas o millonarios. La segunda, que los conservadores abandonaran la secular tradición de vender el acceso a los escaños parlamentarios a los dirigentes que pudiesen pagar de su bolsillo la campaña electoral.

Bien harían nuestros devotos de la financiación privada de los partidos en leer la biografía de Margaret Thatcher. Sin duda, su magisterio les ayudaría a atemperar algunos entusiasmos doctrinarios hoy tan en boga. Algo que va más allá del dinero. Porque ese hijo bastardo de la crisis, el descrédito de la política y los políticos, ha terminado por contagiar del sarampión sesentayochista hasta a la derecha de toda la vida. Ya no se trata solo de la pueril marginalidad vocinglera del 15-M. Cierta gente de orden igual ha adoptado el guirigay de las asambleas de facultad y sus votaciones a mano alzada como paradigma a imitar por los grandes partidos nacionales.

No pasa un día sin que vea la luz otro nuevo manifiesto de intelectuales o asimilados vindicando el ejemplo de Esquerra Republicana. ERC, es sabido, constituye de antiguo la organización política menos jerarquizada en su funcionamiento interno. He ahí una jaula de grillos soberanistas en la que el más atrabiliario siempre acaba haciéndose con el poder, a la espera de que irrumpa otro aún más iluminado. Un ingobernable patio de colegio. Y ése, por lo visto, ha de ser el modelo para la tan cacareada regeneración democrática de España. En el trasfondo acaso inconsciente de tanto adanismo late otra simplificación de patio de colegio: considerar que el sistema representativo y la democracia en general yacen corrompidos por los políticos, y que la única forma real de democracia sería la directa, despreciando los principios de democracia representativa. De niños.

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